domingo, 5 de junio de 2011
La vuelta - poema 22
Es difícil contarles
lo que vi.
Era como una foto, o una imagen
tan vívida que parecía poder
tocarla si quisiera.
Pero ni lo intenté.
En la selva, esa noche
había tomado el jugo de una planta
que me invitó un cacique.
Al rato de beber, supe
que era yo la que trepaba ante mis ojos
mientras el indio cantaba sus ícaros
que era yo
la que subía como una enredadera
por el tronco de un árbol
sentada en aquel piso, sin moverme
y era yo la que después bajaba
y volvía a subir
todas las veces necesarias, o sea
durante el tiempo total de mi vida.
Es difícil contarles
el empeño con que abrazaba esa corteza
clavándole las uñas que la descascaraban.
Recordé, en algún momento de esa noche
que al empezar el viaje había imaginado
que llegaría por propia voluntad
a detenerme. Pero no hay, no hubo
un punto de llegada en ningún lado
a lo sumo, y por suerte, algún descanso
donde recuperarme para seguir camino.
Viajar es ir, pero quizás, de a ratos,
sea también la vuelta
sobre los pasos propios.
Cuando cedió su efecto aquella bebida
era de madrugada y me dormí
al despertarme
esas imágenes habían perdido intensidad
pero la cara de aquél indio quedó en mi corazón
por muchos días
lo volvió dulce como a los duraznos
que resucitan para deshacerse
en la boca sagrada de la vida
después de cada invierno.
miércoles, 9 de marzo de 2011
Las cosechadoras de flores
En el campo, bajo el sol de la mañana, con sus sombreros de alas anchas cubriéndoles el pelo, las mujeres cosechan. Con delicadeza de orfebre le roban una a una sus flores a la tierra.
···
Sus voces, finas como los tallos, se escuchan en el tiempo del descanso, cuando se agrupan y dejan los canastos a sus pies, cuidados como niños de colores que asoman las manitos sobre el mimbre. En el trabajo son tan detallistas que incluso sus palabras parecen esculpidas con la misma atención. Juntas hablan de las hojas y los pétalos y comparten unos minutos de silencio antes de volver a la tierra, a su negociación con los terrones negros de donde salen juntos fortuna y deshazón.
···
Ramilletes de novias, coronas para muertos, algunas solitarias en las manos de algún tímido, exuberantes ramos en un centro de mesa coronado de helechos, flores para tirar a los cantantes, para lucir en la solapa o en la oreja, todo eso llevan, como se lleva a dios, capaz de pronunciarse en cada dicha, en toda la tristeza.
···
Delgadas como tallos son las cosechadoras, no las empuja el viento, porque no es viento lo que hay sino ese suceder que empieza de mañana y continua deslizándose al sol hasta que cae con sus últimos rayos al Oeste. Las que cosechan van hacia delante como sopladas por el amanecer.
···
Es mínimo y enorme este trabajo que solo con la lluvia se termina.
···
Veían a sus madres agacharse en la tierra y apretar con sus dedos cada tallo, los canastos colmados bajo el sol, los pantalones grises manchados por la tierra, que es fría en los inviernos cuando cae el rocío, cálida en los veranos y neutra en los recuerdos. No es como la arena, como el agua o el hielo, la tierra no repele ni encandila y solo si se enoja produce algún estruendo. Su música es piadosa, imperceptible, las flores que cosechan las mujeres son notas, seminotas, silencios.
···
No hay verdad alguna en eso: no se cosecha jamás lo que se siembra. Se cosecha lo que al viento sobrevive, al agua, al fuego, a la torpeza humana, al robo, a las enfermedades de la tierra. Las mujeres cosechan lo que hay, lo que se deja llevar entre sus manos. Aunque sus hombres hayan dejado tiempo atrás, dispersas en la tierra, semillas que son a veces ilusiones, o sueños imposibles.
···
Para decir las grandes cosas no faltan las palabras ni voces ampulosas dispuestas a enunciar, ¡pero hay que decir pétalo, decir todos los días, cada uno, y tomar dimensión de lo que cae por el suave empujón que da una brisa o la mudez del tiempo!
martes, 22 de febrero de 2011
Actualicé, es decir: ¡volví!
La vuelta
Paula jimenez
Solo la juventud puede saber lo que hay en el corazón de la juventud
Patty Smith
1
Aunque suene imposible de creer, aquella vez
no fue más que un impulso
y al comienzo siquiera
me daba cuenta de lo que estaba haciendo
ni mucho menos sabía a dónde iba.
Sin embargo, era claro, aquel periplo
tenía un objetivo y yo debía cumplir una misión.
No saber para qué
seguir y soportarlo, fue la única misión
que, con más o menos hidalguía,
pude cumplir a lo largo de estos años.
A veces, cuando me ponía a pensar,
dudaba de ese andar instintivo
que seguía como un perro
oliendo una pulsión que da el camino
y que podía llevarme a cualquier lado.
No soy ese animal
y no es un viaje este, habrá una casa
en donde dormiré, decía, como si eso,
una casa
fuera capaz de limitar aquel deseo mío
o como si viajar
no fuera bueno y detenerse sí,
para ser encontrado en un único lugar
por amigos o enemigos.
Ideas de la vida que se tienen:
el que camina debería parar, piensa
y el sedentario mira pasar por su ventana
a ese que hubiera sido él,
a gran velocidad.
2
Cuando se pierden los viejos amigos
una se desorienta. Quizás eso es viajar.
Hubo momentos en que esa soledad
me daba mucha angustia. Yo que había sido
ese reflejo de mi propio mundo
andaba sola en uno ajeno como un gato
que por haber vivido en cautiverio olvida
la existencia de otros como él.
Un día escapa y ve
un parque lleno, escucha los maullidos, el ruido de las uñas
rascando la madera de los árboles, las peleas y el sueño
en el que caen sus hermanos, uno encima del otro
acurrucados sobre la tierra negra.
4
Viajar, viajar
es algo que se hace pocas veces.
En mi caso fue una y empezó una mañana.
Tomé un barco. Detrás mío, en la costa, las casitas
cambiaban de tamaño y confié
en la distancia que da otra perspectiva de las cosas.
Lo extraordinario fue no haber reconocido
el estado de excepción en el que andaba
día trás día de modo permanente. Eso nunca se entiende
hasta el final. Durante aquel periplo me internaba
en el medio de un mar tan azul
como el color de unos ojos que adoré
y que no me miraban hacía tiempo.
Desde entonces, pienso seguido que el turismo miente
y que algunos se van para buscar
lo que no tienen, mientras que otros
se van para olvidar.
5
Decía San Francisco que haber ido a la Tierra Sagrada le enseñó
que no hay tierras sagradas. Conocí una antropóloga
capaz de asegurar que todos los lugares son el mismo.
Pero cuando gente como yo
pisamos otro suelo y escuchamos en un idioma dulce
las palabras de amor que yo escuché, creemos haber ido
de una vez a la luna, miramos el pastito que crece en las veredas
o el dibujo que hacen las baldosas
como una maravilla del Museo del Prado.
6
Al volver de mi viaje me dijeron que mi vecino había
matado a su mujer y el hijo de mi amiga había matado
sin querer a su hermana. Otras grandes desgracias sucedieron
mientras estuve ausente. No es por justificarme
pero entonces pensé
que me marché para tomar distancia
del dolor que traerían esos hechos futuros. Soy cobarde, ya sé,
demasiado cobarde para quedarme a ver el deterioro
de las cosas que quiero.
Preferí ser pirata y mirar con un ojo
el catalejo, el continente siempre y en el puerto
los jóvenes pescantes con el amanecer, la promesa en sus brazos
fortachones y la única carga que expían cada día,
la de una bolsa blanca en sus espaldas,
que guarda el alimento.
7
Cuando me quise dar cuenta estaba lejos y no tenía
deseos de volver. Y para serles franca les confieso
que les mandaba cartas por una obligación
a la que obedecía ciegamente
como lavarme la cara o ir cada día a mi trabajo.
Nunca podré explicar la ambigüedad
de cierto tipo de piratas que aman a la familia
pero aman más el mar
porque el mar les provee desmemoria y les vacía,
por un rato, el corazón.
miércoles, 25 de agosto de 2010
El mejor vals
jueves, 12 de agosto de 2010
Espacios naturales por Teresa Arijón
Quiero compartir con ustedes las palabras que leyó Teresa Arijón en la presentación de Espacios naturales, mi último libro publicado. Pasaron algunos meses desde entonces, pero hace poco que tengo este texto conmigo y nunca es tarde cuando la dicha es buena!
“Un nene se duerme dejando un vaso de leche al lado de su cama, en el suelo. Un ratón se bebe la leche. El nene se despierta y, al encontrar el vaso vacío, se pone a llorar. El ratón apenado se va a buscar a la cabra para que le dé leche. La cabra no tiene leche porque necesita pasto. El ratón sale al campo, a buscar pasto para la cabra. Pero, como no hay agua, tampoco hay pasto. El ratón, que es muy cumplidito y parece tener todo el tiempo del mundo, va a buscar agua al pozo para regar el pasto para que coma la cabra y dé leche para el nene. Pero el pozo no tiene agua porque tiene grietas. Entonces el ratón va a buscar al albañil para que lo arregle. Pero el albañil no puede arreglar el pozo porque no tiene piedras. El ratón, cansadísimo pero sin perder el espíritu, va a la montaña a buscar piedras. Pero la montaña no quiere saber nada porque le han talado todos los árboles y parece un esqueleto. “A cambio de tus piedras,” le dice el ratón, que por lo visto promete por otros “cuando sea grande el nene plantará muchos árboles en tus laderas”. Después, el niño tiene leche de sobra. Y agua tiene el campo. Y pasto la cabra. Y cuando el nene crece y se hace hombre, planta los árboles el ratón había prometido y los árboles crecen y dan frutos y flores y la tierra de la montaña vuelve a ser fértil.”
Quise empezar con este cuento, que Antonio Gramsci — el menos dogmático de los pensadores revolucionarios del siglo xx según John Berger— escribió en 1931, en una carta, desde la cárcel, para sus dos hijos pequeños. Quise empezar con este cuento porque alguna vez leí que el parecido es un don, y es siempre inconfundible. Y porque encuentro ese parecido entre la visión de mundo que presenta Paula Jiménez en Espacios naturales y el cuento del ratoncito esforzado que, tras haberse bebido la leche del niño y haberse propuesto enmendar ese acto y calmar ese llanto, le devuelve —por una concatenación de hechos, por pura causalidad y por obra del destino— la fertilidad a una montaña.
Así es el mundo que nos propone Paula, o al menos el que he podido entrever en estas primeras aproximaciones a sus poemas: un mundo de laboriosa intensidad, de bondadoso entendimiento, donde todo está unido a todo, o cada cosa a otra cosa, incluso en la separación. Un mundo, por eso mismo, compasivo. De compasiva inteligencia, diría. Y de dolorosa aceptación. Un mundo tangible, como creemos tangible nuestra vida diaria, colmada como está de pequeños interludios reveladores. Un mundo donde el amor es presencia, aun en la ausencia. Un mundo sumido en la inquietud, también, y en las preguntas por la vida que pueden ser las de cualquiera de nosotros, las de un niño, las de un anciano. Un mundo donde paso a paso se encuentran algunas respuestas; un mundo, en suma, generosamente tranquilizador
y salvo / los sauces inclinados sobre el río / nada llora.
Así concluye el último poema de Espacios naturales, el que da nombre al libro. Y esa es la sensación —fresca, exacta, complacida— que deja su lectura: la imagen en el ojo, la que entró por la pupila como por un canal infinito y fue directo —entre todos los lugares probables que puede alcanzar aquello que la escritura fija— a un lugar donde se cruzan los pensamientos y las emociones: el lugar de un saber acaso solitario, el de la poesía, y en este caso solidario, diría, por su manera de darse a entender, de partirse y de compartirse.
Viaje de un largo día hacia el día, los “espacios naturales” abren aquí — ¿o son? — intersticios, intermitencias, temblores íntimos de aquello que compone lo que entendemos como “la vida humana”. Viaje en el puro ritmo de la palabra, como un viaje en bicicleta: casi siempre pausado — como si Paula quisiera darnos y acaso darse más tiempo para pensar —, con sus marchas y contramarchas, sus subidas cuesta arriba, sus descensos veloces entregados al declive, al vértigo, al devenir. Y la materia — ese misterio que la preocupa con insistencia — que aparece y desaparece, y es cifra y clave de Espacios naturales.
Componiendo una realidad “asible”, los elementos se conjugan para hacernos conocer nuestra finitud, pero también, nuestra posible belleza. En constante cadencia que absorbe, imanta y vuelve a proyectar cada imagen — redescubierta, resignificada — en el tiempo.
Con los pies sobre la tierra, su bienamada, Paula persigue lo no visto a través de lo que ve, porque en ella ver equivale a fluir: Nunca sé más de lo que veo, dice. Atenta al detalle que a otros se nos escaparía: durante unos instantes un rasgo aislado — un pimpollo que abandona su gesto ensimismado— se apropia de su perspectiva y la impulsa a desvelarlo en el poema.
Como tocar una ausencia, cuya aparición llega casi imperceptible: quizás sea la causa de la imagen / que un ojo sepa, conozca su vacío.
Y la naturaleza ahí — la siempreviva —, amable y envolvente, tan amable — porque Paula la vuelve cercana — que parece estar al alcance de nuestra mano: una tempestad, una brisa, una lluviecita terca, un pájaro: todo podemos tocar y todo nos toca. No hay nada que nos sea ajeno.
Y también, ante tanta extrema fugacidad, el desasosiego de no poder quedarse, permanecer, de no poder fijar el momento que creemos — o es o ha sido — perfecto; el desasosiego del eterno movimiento, de tener que pasar. Y el dolor de haberlo comprendido. Y lo que eso conlleva: una serena alegría.
Y eso quisiera celebrar ahora, lo que deja Espacios naturales después de su lectura: un generoso bienestar. El deseo, y el impulso, de seguir andando. La respuesta bondadosa y compasiva a las humanas preguntas de siempre. Desde la que Diana Bellessi llama “la pequeña voz del mundo”: la poesía.
miércoles, 11 de agosto de 2010
Cuento
Mi padre no quería morir sin verme casada y se lamentaba por mi suerte. “Nos, buscábamos una niña normal... y me cago en la puñetera madre que te parió”, decía. Violentábase él y yo misma percibía que mi vida no le caía en gracia. Lo enfrentaba entonces con desconocida vehemencia que brotaba de mí como un demonio. Y él, ¡si, vierais con qué furia reaccionaba! Con deciros que una mañana agarró por orejas un cabrito y revoleolo en los aires del enojo.
Os voy a contar mi historia. Tenía yo una amada: Magdalena, la esbelta y fogosa Magdalena que nació con pelo rojo y no tiñose en toda la eternidad. Soltábalo al viento levantando nubes de polvo a su paso, sus labios hinchados y pómulos altos conferíanle aspecto de actriz de cine, más, no existía cine alguno ni película que proyectar en esos tiempos. Mi otra amada, Sara nombráronla sus padres y las generaciones, carecía de dotes artísticos o cualquier menester que a esto relaciónese. Pálida y menuda como un cristo, pero enloquecían todas las gentes de amor al conocerla. Tan bella era. “No te alcanza con una, tortillera de mierda”, reprendíame mi padre.
En una oscura habitación de la casa de piedra familiar, dormía yo, envuelta en edredones. Tanto frío hacía. Pero el calor llegabame si por las noches recordábalas a ellas e incurría en silenciosas masturbaciones que a nadie molestábanle. He sido cuidadosa siempre con ellos. No metíame yo nunca nada que hiciese ruido, ni gemía y recibía agresiones, sin embargo. Por eso, más que nadie, valoraba yo la soledad de mi cuarto y enojome la aparición de un ángel que, con buenos argumentos, queríame convencer de cosas que no eran.
Había logrado conciliar el sueño aquella noche cuando llegó hasta mí la esfumación. Colóse por las rejas de las ventanas este ángel, forma de púber en rayos de luz divina que dañome la vista. Apreté mis párpados entonces y encandecida rogué bajara la intensidad para abrir mis ojos y no lo hizo. Tan lejos de la experiencia humana hallábase ese ángel, noté yo, e hizose el sonso como si hablárale yo o pasara un tren que no había alguno, ni vías en Jerusalem para que transitara. Irritome y le exigí que se fuera. Más, mostrábase imperturbable él y alzando brazos cantome un salmo que titulole el Ángelus. “Detesto los salmos a esta hora”, grité, pero no respondiome. ¿Cómo habríame de escuchar él a mí en medio de tanta orquesta? Por mi parte, sospeché que todo el pueblo estaría ya despierto dado el volumen. Tan grande era. De pronto hablóme con eco el querubín. Érase una voz metálica y espantosa como todo en él. Más, el horror llegó cuando acercose a mí tendiéndome tres dedos suyos. Abrí un ojo mío y vilo sonriente al invasor.
- ¡No! - advertíle - ¡Vais a electrocutarme! ¡Salíd de mi cuarto!
- No debeis temer, María – díjome en su repugnancia – soy un enviado de Dios.
- Angel mío – respondí amablemente porque tampoco queríame yo ganar el infierno.
- Arcangel – corrigióme el pedante.
- Perdón, Arcángel mío, vos no creéis que carezco yo tan de imaginación como para no figurarme que sois un enviado de Dios, ¿verdad? Más, ¿para qué quieresme Él a mí que está tan bien solo? Y, os suplico, no me toqueis que me impresiona.
Antes que una respuesta saliera de sus labios, retornose la cantata a la tierra. Sostuvo el coro una nota musical por largo tiempo, prologando la anunciación de la que vosotros ya habeis tenido noticias por medio de Pablo y Mateo. Que en paz descansen.
- Un hijo – dijome el arcángel – El Señor Dios quiere un hijo tuyo.
- ¿Un hijo? ¿¿Un hijo?? Hacédme un favor, Arcángel mío – dije y tomeme el pecho que reventábame de disgusto -, en mi nombre vais a decirle que no. Que así estoy bien.
- Y ¿porqué? No os entiendo, seríais una privilegiada.
- Aunque vos lo pongais en tela de juicio y tu creencia condeneme injustamente al pecado de la mentira y este al infierno, más terrible es la verdad, que lo que no tiene es remedio como dijo el cantante, pero debo deciros que lo soy.
- Que lo sois, ¿qué? Eres muy complicada
- Que soy una privilegiada, mi arcángel... y por un motivo que no os va a agradar... – dije yo pensando en los fogosos besos de Magdalena - perdón... ¿cómo os llamais?
- Gabriel
- Gabriel: un gustazo. María
- Lo sé. Pero sigamos con el temita de la anunciación ¿cuál es el privilegio de decir no?
- Mirad Gabriel como son las cosas: en este son todas más o menos iguales y vos habeis dado justo con la excepción.
- Sí, por eso os ha elegido el Señor.
- A ver – desafielo yo – ¿Porqué soy una excepción para el santísimo?
- Sois virgen
Cuando dijo “virgen” entonó el coro celestial: “Virgeeeeeeeeen”. Más, todos vosotros estais equivocados, asegurele al ángel. Y él:
- ¿Cómo?
- Como os digo. Y hay más para contaros pero prefiero mantenerlo en secreto. No os enojéis pero este es un pueblo chico.
- Y, ¿Dios...?
- Dios, ¿qué?
- ¿Cómo Dios no lo sabe?
- Bueno, suponíame yo que Dios conocíame mejor que nadie. Que estábame habitada por su espíritu y que yo habitaba el suyo y los dos en la casa de mi padre, con quién discuto seguido pero que también tiene a Dios adentro. Y creíale yo que Dios peleábase con Dios cuando mi padre y yo discutíamos. Que cuando una vez mi padre voló un cabrito por los aires, también volólo a Dios, que en el cabrito había. Que en paz descanse, pero de todos modos nos lo íbamos a comer otra noche si no era esa.
- ¿A Dios?
- No, al cabrito.
- Me estáis mareando. No estoy preparado para tanto. Además yo solo he venido a anunciaros lo que Dios me ordenó hoy por la tarde: “Ve y dile a María que tendrá un hijo mío. Nunca ha estado con un hombre pero en su vientre engendrará un niño”
- ¡Dios me libre! – grité desesperada – Para destino mío suena un poco bizarro. Por otra parte, debo explicaros que el Señor ha recaído en un error al pensar que soy virgen… es cierto, no he estado con un hombre, pero la virginidad puede perderse de muchas maneras.
Luego de estas palabras sobrevino el silencio. No escuchábale yo sino el piar de los pájaros a lo lejos o el lento andar de una carreta romana perdida en la oscuridad con un gladiador arriba. Todo parecíame vuelto a la normalidad cuando de pronto la voz del arcángel retornóme a los oídos:
- ¡Oh! ¡Qué ridículo me siento! – lo escuché, más, yo seguía sin mirarlo porque dañabame la luz que de él salía. Tan grande era – ¿puedo sentarme? Casi caigome redondo del impacto.
- Sí – dije -, sentaros. Y ya que estais ¿no os cubriríais con esta manta negra, así puedo abrir mis ojos?.
El ángel se tapó al fin, esa luz me destruía la visión. Al levantar los párpados vi que sus alas se curvaban y bajo la manta opacábase el intenso brillo, imaginé que por desilusión. De súbito, espetó:
- ¿Sabés María? No tengo ganas de pasarme la eternidad comprendiendo ¡Ya estoy cansado! ¡Que ve para allí y que digas esto! ¡Que no nací para profeta, que yo sí! ¡Que anunciale tal cosa y aparécete en tal lugar! ¡Que no soy virgen! ¡Que esto, que lo otro! ¡Llevo años componiendo músicas para diferentes ocasiones y si hago esto es para poder cantar con mi coro, y nada más! ¡Porque lo que gustame es cantar! ¿Entendeis? ¡Amo la música, más que a dios, más que a nada! ¡Así que me voy y arreglaros directamente con Él! ¡Conmigo se acabó!
Así nomás disipose el arcángel loco y a diferencia de cómo había llegado se fue de mi lado sin hacer aspavientos. Solo dios habrá visto la luz extinguirse en la ventana, apagarse la estrella de su sueño fugaz en la inmensidad de la noche.
lunes, 14 de junio de 2010
Perla
Suplemento Soy
IN MEMORIAM
La buena educación
Por Paula Jiménez
Cuando Perla Szuchmacher ya había enfermado, despertó de una operación y pidió papel y lapicera para escribir la dramaturgia de su última pieza teatral, basada en el cuento de Linda de Haan y Stern Nijland, Rey y rey. Perla la llamó Príncipe y príncipe, y es la clásica historia de aquel que hereda el trono y debe contraer matrimonio para poder asumirlo. Pero, ¡atenti! Que la historia deja de ser clásica cuando a la reina le sale el tiro por la culata, porque lo que el futuro rey asumirá no es solamente su lugar en la corte. Una vez hecha la convocatoria a las más bellas señoritas, éste elige desposar nada más y nada menos que al hermano de una de ellas. La reina le pregunta entonces sobre cómo harán para tener hijos, y éste le contesta que los adoptarán. Tomá mate. Es que dentro del amplio espectro de preocupaciones sociales incluidas en las obras de Perla Szuchmacher, la de la diversidad sexual aún no había sido abordada por ella hasta aquel momento, y alguna secreta urgencia la instó a que lo hiciera antes que su tiempo se acabara. Esta directora y dramaturga infantil, hermana del director de teatro Rubén Szuchmacher, nació en la Argentina en 1946 y se exilió en México, donde murió el 10 de mayo de 2010, tras padecer cáncer durante un año. En el momento de su muerte, Príncipe y príncipe ya estaba en cartel.
Perla, que en los años de dictadura fue despedida de Canal 13, donde conducía un programa para niños, desarrolló en México una trayectoria y un perfil artísticos poco frecuentes, no sólo por su posición combativa frente el teatro infantil –“es el patito feo del teatro y me encanta remar contra la corriente y dignificar este arte”, dijo en una entrevista–- sino porque todos los temas que eligió para poblar su dramaturgia son el patito feo, el diferente, el costado rezagado y silenciado de algo. Es que, como tenía un gran respeto por los chicos y no subestimaba nunca su inteligencia, Szuchmacher no desmereció que éstos pudieran comprender el entramado cultural circundante y por eso no se calló nada; sólo tuvo que encontrar el lenguaje idóneo para eso y le salió muy bien (además, ¿qué mejor momento de la vida de un ser humano que la infancia para cultivar valores que alienten a la construcción de una sociedad distinta desde sus bases?). Por eso las obras de Perla Szuchmacher debaten temas nodales como el desempleo o la explotación infantil, en Inútil presentarse sin reunir los requisitos; el machismo, en el caso de ¡Vieja, el último! –una expresión sexista que desde chicos usan los mexicanos y que quiere decir algo así como “el que queda último es mujer”– y que se ha transformado en un clásico; la adopción, como en la galardonada obra Malas palabras; y, a partir de su tiempo final, también, y afortunadamente, la homosexualidad.