miércoles, 29 de octubre de 2008

Presentación de Ni jota

además es el lanzamiento de abeja reina, un proyecto editorial que emprendo, a partir de este libro, junto con Claudia Masin, Teresa Arijon, Mercedes Araujo, Guadalupe Wernicke y Victoria Schcolnik, en Buenos Aires, y Pat Sánchez Ponti y Silvia Morán en México.
los espero!!!!!!!!!!!




abeja reina

presenta:

Ni jota
textos y dibujos de Paula Jiménez

se referirá al libro Claudia Masin
y habrá proyecciones

viernes 7 de noviembre
19.30hs.

en la Casa de la lectura
Lavalleja 924

miércoles, 15 de octubre de 2008

Entrevista a Ilse Fuskova

Por Paula Jiménez



Esta entrevista fue publicada por el suplemento "Soy" a principios de octubre, y como me quedé encantada con Ilse, con las cosas que decía, decido subirla a mi blog y compartirla con ustedes.

¿Cuándo fue la primera vez que te sentiste atraída por una mujer?

En el ´85, en Brasil, me enamoré de una militante española. Fue fuertísimo. Estuve casada 30 años, tengo 3 hijos, pero esa atracción no la había imaginado nunca. Yo tenía 56. Jamás me volví a enamorar de un varón. Durante aquel maravilloso encuentro de mujeres en Bertioga, no sólo yo sino muchas mujeres argentinas se descubrieron lesbianas o bisexuales. Éramos dichosas en ese clima exuberante, bailábamos a la noche en la playa y tomábamos caipirinha. Todo eso influyó.

¿Qué te impulsó a convertirte en una lesbiana pública?

Fueron caminos que se me dieron y que no busqué. Después de Bertioga, viajé a Berlín a ver mi hijo, y al año siguiente a San Francisco. En ambos lugares vi esa realidad de las lesbianas. Estaban orgullosas. No disimulaban para nada: al contrario. Y a mi regreso, ya separada e independiente económicamente, no sentía ningún temor. Así que cuando me llamaron para participar de un programa televisivo no lo dudé. Traía conmigo la imagen positiva de EEUU y Alemania, y el bagaje teórico, porque yo leía muchísimo. Me dije: esta es una opción para todas las mujeres, no sólo para mí.

¿Qué opción, la de hacerse visible?

La de compartir sentimientos profundos con otra mujer. Me sentí liberada. Era como abrir la puerta de una prisión donde sólo la heterosexualidad era opcional, y en la que si había una relación lésbica tenía que ser en absoluto secreto. Yo sentí que de golpe tenía libertad, información y un gran deseo de gritarlo a los cuatro vientos. Esto fue lo que me dio fuerzas para convertirme en una lesbiana pública. Esto, y un grupo de estudio donde leíamos a Adrienne Rich, su texto “Lesbianismo y heterosexualidad obligatoria”.

¿Conociste a Rich?


Sí, en una reunión política. Estaba por salir la candidatura de una gobernadora y ella la apoyaba. Entró al salón sostenida en dos bastones - tiene problemas de artritis - y cuando me dijeron que era ella, me acerqué y la abracé. Se quedó cómo preguntándose qué personaje enloquecido era yo – porque las norteamericanas no son tan efusivas - y entonces le conté que su texto era como una biblia para nosotras, las argentinas. Es una mujer que contribuyó enormemente, y muchas iniciamos nuestro pensamiento crítico frente a la heterosexualidad a través de sus escritos teóricos.

Rich también estuvo casada, se separó y se enamoró de otra mujer, y a partir de un momento fue atravesada por una conciencia que modificó para siempre su vida íntima y su vida pública, ¿te sentís identificada con ella?


Sí, pienso que sí. Creo que cada tanto, en las sociedades, hay como un espíritu revolucionario que amplía las mentes y empuja a abrir el espacio social. Y a nosotras nos agarró esa ola. Seguro que ella no podrá explicar exactamente. Es sentir que de repente algo te lleva en una dirección. En todo momento revolucionario aparecen ciertas vidas que hacen más visible ese atreverse al cambio. Yo creo que esto está más allá de la decisión propia. Y no es sólo una tarea personal. No se puede dar clases para hacer ese camino. Es algo sutil, funciona a nivel de la intuición.

En los programas de TV a los que concurrían vos, Claudina, Fredda, Santino y otros, a comienzos de los ´90, es notable ver cómo eran atacados. Los debates que se armaban, mirados desde el 2008, se evidencian hoy toscos y de argumentos conservadores de parte de la audiencia o de los panelistas. Sin embargo, vos respondías serenamente, ¿cómo hacías?

Me sentía muy segura, no tenía dudas de que eso debía ser dicho y que yo estaba en una situación de libertad. Incluso no consulté a mis hijos si ir o no ir a la tele. Eso estaba más allá. Yo lo sentí como una apertura de conciencia social y no podía no hacerlo. Si me hubiera dicho “no lo hagas, es un riesgo”, eso hoy sería una frustración para mí. Cuando fui al programa de Mirta Legrand en el ‘91, mis propias compañeras feministas me decían: no vayas, te van a querer humillar. No las escuché, asistí a pesar de todo, y fue buenísimo. Terminó el almuerzo con 36 puntos de rating ¡Con qué seguridad hablé! De alguna manera, yo desarmaba los argumentos de Mirta. Agradezco haber podido hacer ese camino.

Además aquello te encontró con Claudina…

Exacto. Porque Mirta me preguntó de qué origen era mi apellido, y le contesté que uso el de mi madre, Fuskova, porque mi familia paterna no quería que usara el de mi padre. Claudina, que también es de origen checo, empezó a escribirme, y yo, que no contestaba la mayoría de las cartas, a ella sí le respondí. Y mirá sino estarían las cosas ya planeadas - por llamarlas de alguna manera - que ella, que en ese momento estaba con mucho trabajo, aquél día se había enfermado y pudo ver el programa. Hay casualidades que no lo son tanto. Si Claudina no se hubiera enfermado no lo hubiera visto. A los seis meses de eso empezamos a convivir y hace 16 años que estamos juntas.

¿Cómo se concretó la publicación de “Amor de mujeres”?

También: pura casualidad. Claudina y yo nos decíamos: necesitamos escribir nuestras historias. Yo venía del entorno cultural porteño, donde se suponía que circulaban ideas nuevas, y sin embargo no me descubrí lesbiana hasta los 56 años. En cambio ella, que venía de una pequeña ciudad de Entre Ríos, lo sabía desde los 5. Entonces, pensamos, podía ser muy interesante ver cómo se entrelazaban estas dos vidas. Primero escribimos para fotocopiar y repartir, y después nos pareció que estaba tan lindo que fuimos a tres editoriales con el texto. A los 15 días nos llamó Planeta y firmamos contrato.


¿Cómo ves con el paso de los años la situación de las lesbianas?

Se ha abierto un espacio muy grande. Por un lado la visibilidad es mucho mayor, aunque todavía una maestra no pueda decir que es lesbiana. Una mujer artista sí. O una mujer como María Moreno puede mostrar lesbianas en la televisión. Ahora, yo me pregunto ¿porqué había poquísimas mujeres en el casamiento de Piazza? Porque todavía les cuesta, incluso a los hombres gays, darnos un espacio.

¿Y no pensás que se da una conjugación entre los espacios que no ceden los varones y los temores o pruritos de las mujeres ante la visibilidad?

Sí. Creo que no es fácil decirlo todavía. Se podrá decir casi con seguridad a nivel académico, o en espacios privilegiados. Pero eso lo tiene que calibrar cada persona.

¿Pensás que todavía se corren riesgos?

Yo no sé… eso lo sabe cada una. Claudina y yo ya no corremos riesgos en ningún lado. Mi experiencia es que cuando lo decís con convencimiento te respetan. Nosotras hicimos la Escuela de Bellas Artes y allí lo dijimos en todas las cátedras. No hubo ningún problema, incluso hicimos circular material teórico y la gente se acercaba para tener más datos.

¿Mostraban interés en ese material?

Sí, mucho. Y es muy importante enterarse porqué la sociedad defiende así la heterosexualidad obligatoria, cómo funciona ese entramado, qué se pone en juego en lo económico, y que existe una franja de mujeres apartada de la explotación que se sufre con la educación de los hijos, o con el trabajo doméstico. Ningún ministro de economía pone en el listado del producto bruto todo ese trabajo gratis que hacen las mujeres. En una revista feminista que leí proponían que cada mujer fuera a trabajar a la casa de la vecina y cobrara por todo lo que en la propia casa hacía sin percibir ningún cobro. Es un trabajo que habría que pagar, y no hay país que lo pueda hacer. Si durante una semana las mujeres hicieran huelga, ¿qué pasaría con esos niños o con esos hombres? Se pararía el país. Estamos tan acostumbradas a hacer todo por amor que no nos damos cuenta de que es un trabajo que merece ser pagado, porque la sociedad se beneficia con él.

¿En qué consistían los “Cuadernos de existencia lesbiana”?

Al principio fueron historias personales. Compañeras que no estaban dando la cara prefirieron hacerlo así, contando cómo se habían desarrollado esas relaciones, qué peligros sentían. Pero también era necesario hacer circular material teórico. Y yo traduje del alemán, del francés, del inglés, textos de lesbianas europeas y estadounidenses. Los cuadernos inaugurales los editamos con Adriana Carrasco. Eran fotocopias, y estaban escritos con máquinas de escribir. Los primeros compradores fueron chicos gays: Cigliutti, Ferreyra, Carlitos Jáuregui. Ellos querían tener un pensamiento feminista e hicieron un gran trabajo. Más tarde los vendíamos en encuentros, o en acciones callejeras. Las feministas los compraban y las otras también, pero a veces ponían excusas: “lo quiero para una amiga”, ó “tengo una hija confundida”.

¿Posibilidades de reedición?

Hay una: saldrían esas revistitas en forma de libro. Mi sueño es sacar los 17 números juntos.


¿Cómo te sentiste en el encuentro de Rosario?


Fue muy emotivo ese recibimiento que me hicieron, como un homenaje. En el encuentro había muchas mujeres grandes que me saludaron con lágrimas en los ojos, y comprobé que, en efecto, mi accionar estuvo bien, fue necesario y oportuno. Además aquél fue un proceso personal del que no salí lastimada. Yo tuve una vida muy rica, hecha de relaciones, de conocimientos. Y tuve también una búsqueda espiritual. Y cada vez me acerco más a una intuición de un sentido del todo.


Justamente, tu poema “La isla” comienza diciendo “Lo que de la tierra más amaba/ volvía a encontrarlo en otro cuerpo”, qué linda es esa idea… implica una integración como la que mencionás, una vuelta a la integración…


Me gusta lo que me señalás. En este momento estoy muy interesada y leo mucho sobre tecnología: ella nos ha permitido conocer el cosmos como hasta ahora no se lo conocía. Se creía que había 3 o 4 galaxias ¡y hay millones! Vamos aprendiendo sobre el cosmos, y nuestro cerebro nos pide intuir un orden en eso. La tecnología es parte de la naturaleza y del crecimiento. Y la que hoy explora el cosmos es conmovedora. Hay todo un movimiento religioso alrededor de eso. Oraciones en las cuales se habla tanto del Cristo cósmico como de la teoría cuántica. Las cosas se van desplegando, así como la sexualidad. Hoy en día hay gente que en mitad de su vida se hace transgénero, y en este momento, en un hospital de Buenos Aires, se asiste a 60 personas que están cambiando de sexo. Están en otro nivel, y a mí me parece conmovedor. Hay un físico atómico, David Böhm, que habla de la realidad desplegada. Esto sucede en muchos planos, es un abanico que se abre. Tengo entendido que en EEUU, Teresa de Laurettis tiene una cátedra sobre “Crecimiento de conciencia”. Otro tema que me fascina y que tiene que ver con esto y con las mujeres, es el tema de envejecer. Hoy sabemos que envejecer no es que se te mueren las neuronas. Solo algunas. Estas hacen lugar para que las que quedan se expandan, ocupen espacios y se interconecten de una manera que una persona joven no puede, lo cual da una capacidad de ver la realidad y la propia vida de modo diferente. Nos anulan los mensajes sociales que dicen que una mujer que envejece es prácticamente descartable. Yo creo que esa tiene que ser la lucha: por la autoestima de envejecer hasta que seamos llamadas y llamados a otros planos. Porque parece que la vida digna de una mujer termina en la menopausia, después se opera, se rellena. El otro día escuché esta frase: El alma tiene, el yo quiere. Es decir que al alma no le falta nada, pero el yo sale a comprar. Entonces a las mujeres grandes, si aceptamos el proceso de envejecer, cada vez nos van a vender menos cosas. Como antes la opción lésbica, hoy defiendo el derecho a envejecer.

viernes, 10 de octubre de 2008

El río es un tiempo

Sí, sí disculpen: por priorizar otras cosas abandoné este espacio, pero me sorprendí gratamente con las visitas de mis amigos reclamando mi regreso. Ha de zer azí, entonzes. Aquí va un poema de última cosecha.


San Antonio de Areco


Con pesadez de siesta
la tarde se desploma sobre el río,
débil hilo que cruza San Antonio.
Sinuosa entre los sauces, casi sin hacer ruido
la corriente desciende y se desliza encima de las rocas.
Las sombras de los cuerpos que cruzan la rivera
recortan el dorado de la luz
que alumbra la humareda pueblerina y se diluye. De pronto,
como si hubiera visto las palabras, como si las palabras
urdieran mi memoria material, la infancia de mi padre
recorre alegremente los márgenes del río: “Nos zambullíamos
al salir de la escuela, esa era vida, no
la que me hace morir en la ciudad”.
¿O no fue lo que dijo?
La sustancia moldeable de la voz que recuerdo
adquiere una certeza que transmuta
y es un decir silente: “Yo nunca
fui a la escuela. Mi padre nos llevó a San Antonio,
porque era caminante y trabajé con él.
A veces, nos tirábamos los dos”. Siguiendo su fluir, esa manera
sutil de no quebrarse y esquivar el escollo de las rocas
o de ser absorbido por la tierra y el pasto,
lo reconozco a él, mi padre, su mirada
ante el paisaje pleno y el paseo
sereno por sus propios pensamientos. Distraído, quizás,
o entregado
a la atención total de lo que descompone
o compone la existencia: fugacidad, revelación de angustia
en la belleza de un río que camina
y que lo deja afuera.
En dirección Oeste cae la tarde,
y más allá,
en el verano inmenso que nos busca con su lupa de luz
mi sobrino Luquitas se zambulle en el agua, entreverado
a los brazos de mi hermano.
La hora ya declina y la ciudad se baña
con las sombras de los grandes edificios,
un frío inexplicable nos recorre, pero él no lo advierte.
Se toma de su padre como de un salvavidas.
“Cuidá a ese chico”, diría mi papá,
desde su reposera, con un mate en la mano,
un libro de poemas de Hernández que yo le regalé
y en su bolso de cuero una raqueta blanca, y el naranja
furioso de una coupé Torino que alzó velocidad
y al tiempo se detuvo
frente al mar.
“Cuidalo”, insistiría su voz
ronca, y lejana ya,
feliz – secretamente - de haberlo conocido.