miércoles, 25 de agosto de 2010

El mejor vals



Flor de Lino
vals 1947
Música: Héctor Stamponi
Letra: Homero Expósito


Deshojaba noches esperando en vano que le diera un beso,

pero yo soñaba con el beso grande de la tierra en celo.


Flor de Lino,qué raro destino

truncaba un caminode linos en flor...


Deshojaba noches cuando la esperaba por aquel sendero,

llena de vergüenza, como los muchachos con un traje nuevo:

¡cuántas cosas que se fueron,

y hoy regresan siempre por la siempre noche de mi soledad!


Yo la vi florecer como el lino

de un campo argentino maduro de sol...

¡Si la hubiera llegado a entenderya tendría en mi rancho el amor!

Yo la vi florecer, pero un día,

¡mandinga la huella que me la llevó!


Flor de Lino se fue

y el hoy que el campo está en flor

¡ah malhaya! me falta su amor.


Hay una tranquera por donde el recuerdo vuelve a la querencia,

que el remordimiento de no haberla amado siempre deja abierta:

Flor de Lino,te veo en la estrellaque alumbra la huella de mi soledad...


Deshojaba noches cuando me esperaba como yo la espero,

lleno de esperanzas, como un gaucho pobre cuando llega al pueblo,

flor de ausencia, tu recuerdo

me persigue siempre por la siempre noche de mi soledad...

jueves, 12 de agosto de 2010

Espacios naturales por Teresa Arijón





Quiero compartir con ustedes las palabras que leyó Teresa Arijón en la presentación de Espacios naturales, mi último libro publicado. Pasaron algunos meses desde entonces, pero hace poco que tengo este texto conmigo y nunca es tarde cuando la dicha es buena!

“Un nene se duerme dejando un vaso de leche al lado de su cama, en el suelo. Un ratón se bebe la leche. El nene se despierta y, al encontrar el vaso vacío, se pone a llorar. El ratón apenado se va a buscar a la cabra para que le dé leche. La cabra no tiene leche porque necesita pasto. El ratón sale al campo, a buscar pasto para la cabra. Pero, como no hay agua, tampoco hay pasto. El ratón, que es muy cumplidito y parece tener todo el tiempo del mundo, va a buscar agua al pozo para regar el pasto para que coma la cabra y dé leche para el nene. Pero el pozo no tiene agua porque tiene grietas. Entonces el ratón va a buscar al albañil para que lo arregle. Pero el albañil no puede arreglar el pozo porque no tiene piedras. El ratón, cansadísimo pero sin perder el espíritu, va a la montaña a buscar piedras. Pero la montaña no quiere saber nada porque le han talado todos los árboles y parece un esqueleto. “A cambio de tus piedras,” le dice el ratón, que por lo visto promete por otros “cuando sea grande el nene plantará muchos árboles en tus laderas”. Después, el niño tiene leche de sobra. Y agua tiene el campo. Y pasto la cabra. Y cuando el nene crece y se hace hombre, planta los árboles el ratón había prometido y los árboles crecen y dan frutos y flores y la tierra de la montaña vuelve a ser fértil.”

Quise empezar con este cuento, que Antonio Gramsci — el menos dogmático de los pensadores revolucionarios del siglo xx según John Berger— escribió en 1931, en una carta, desde la cárcel, para sus dos hijos pequeños. Quise empezar con este cuento porque alguna vez leí que el parecido es un don, y es siempre inconfundible. Y porque encuentro ese parecido entre la visión de mundo que presenta Paula Jiménez en Espacios naturales y el cuento del ratoncito esforzado que, tras haberse bebido la leche del niño y haberse propuesto enmendar ese acto y calmar ese llanto, le devuelve —por una concatenación de hechos, por pura causalidad y por obra del destino— la fertilidad a una montaña.

Así es el mundo que nos propone Paula, o al menos el que he podido entrever en estas primeras aproximaciones a sus poemas: un mundo de laboriosa intensidad, de bondadoso entendimiento, donde todo está unido a todo, o cada cosa a otra cosa, incluso en la separación. Un mundo, por eso mismo, compasivo. De compasiva inteligencia, diría. Y de dolorosa aceptación. Un mundo tangible, como creemos tangible nuestra vida diaria, colmada como está de pequeños interludios reveladores. Un mundo donde el amor es presencia, aun en la ausencia. Un mundo sumido en la inquietud, también, y en las preguntas por la vida que pueden ser las de cualquiera de nosotros, las de un niño, las de un anciano. Un mundo donde paso a paso se encuentran algunas respuestas; un mundo, en suma, generosamente tranquilizador

y salvo / los sauces inclinados sobre el río / nada llora.

Así concluye el último poema de Espacios naturales, el que da nombre al libro. Y esa es la sensación —fresca, exacta, complacida— que deja su lectura: la imagen en el ojo, la que entró por la pupila como por un canal infinito y fue directo —entre todos los lugares probables que puede alcanzar aquello que la escritura fija— a un lugar donde se cruzan los pensamientos y las emociones: el lugar de un saber acaso solitario, el de la poesía, y en este caso solidario, diría, por su manera de darse a entender, de partirse y de compartirse.

Viaje de un largo día hacia el día, los “espacios naturales” abren aquí — ¿o son? — intersticios, intermitencias, temblores íntimos de aquello que compone lo que entendemos como “la vida humana”. Viaje en el puro ritmo de la palabra, como un viaje en bicicleta: casi siempre pausado — como si Paula quisiera darnos y acaso darse más tiempo para pensar —, con sus marchas y contramarchas, sus subidas cuesta arriba, sus descensos veloces entregados al declive, al vértigo, al devenir. Y la materia — ese misterio que la preocupa con insistencia — que aparece y desaparece, y es cifra y clave de Espacios naturales.

Componiendo una realidad “asible”, los elementos se conjugan para hacernos conocer nuestra finitud, pero también, nuestra posible belleza. En constante cadencia que absorbe, imanta y vuelve a proyectar cada imagen — redescubierta, resignificada — en el tiempo.

Con los pies sobre la tierra, su bienamada, Paula persigue lo no visto a través de lo que ve, porque en ella ver equivale a fluir: Nunca sé más de lo que veo, dice. Atenta al detalle que a otros se nos escaparía: durante unos instantes un rasgo aislado — un pimpollo que abandona su gesto ensimismado— se apropia de su perspectiva y la impulsa a desvelarlo en el poema.

Como tocar una ausencia, cuya aparición llega casi imperceptible: quizás sea la causa de la imagen / que un ojo sepa, conozca su vacío.

Y la naturaleza ahí — la siempreviva —, amable y envolvente, tan amable — porque Paula la vuelve cercana — que parece estar al alcance de nuestra mano: una tempestad, una brisa, una lluviecita terca, un pájaro: todo podemos tocar y todo nos toca. No hay nada que nos sea ajeno.

Y también, ante tanta extrema fugacidad, el desasosiego de no poder quedarse, permanecer, de no poder fijar el momento que creemos — o es o ha sido — perfecto; el desasosiego del eterno movimiento, de tener que pasar. Y el dolor de haberlo comprendido. Y lo que eso conlleva: una serena alegría.

Y eso quisiera celebrar ahora, lo que deja Espacios naturales después de su lectura: un generoso bienestar. El deseo, y el impulso, de seguir andando. La respuesta bondadosa y compasiva a las humanas preguntas de siempre. Desde la que Diana Bellessi llama “la pequeña voz del mundo”: la poesía.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Cuento


Angelus



Mi padre no quería morir sin verme casada y se lamentaba por mi suerte. “Nos, buscábamos una niña normal... y me cago en la puñetera madre que te parió”, decía. Violentábase él y yo misma percibía que mi vida no le caía en gracia. Lo enfrentaba entonces con desconocida vehemencia que brotaba de mí como un demonio. Y él, ¡si, vierais con qué furia reaccionaba! Con deciros que una mañana agarró por orejas un cabrito y revoleolo en los aires del enojo.
Os voy a contar mi historia. Tenía yo una amada: Magdalena, la esbelta y fogosa Magdalena que nació con pelo rojo y no tiñose en toda la eternidad. Soltábalo al viento levantando nubes de polvo a su paso, sus labios hinchados y pómulos altos conferíanle aspecto de actriz de cine, más, no existía cine alguno ni película que proyectar en esos tiempos. Mi otra amada, Sara nombráronla sus padres y las generaciones, carecía de dotes artísticos o cualquier menester que a esto relaciónese. Pálida y menuda como un cristo, pero enloquecían todas las gentes de amor al conocerla. Tan bella era. “No te alcanza con una, tortillera de mierda”, reprendíame mi padre.
En una oscura habitación de la casa de piedra familiar, dormía yo, envuelta en edredones. Tanto frío hacía. Pero el calor llegabame si por las noches recordábalas a ellas e incurría en silenciosas masturbaciones que a nadie molestábanle. He sido cuidadosa siempre con ellos. No metíame yo nunca nada que hiciese ruido, ni gemía y recibía agresiones, sin embargo. Por eso, más que nadie, valoraba yo la soledad de mi cuarto y enojome la aparición de un ángel que, con buenos argumentos, queríame convencer de cosas que no eran.
Había logrado conciliar el sueño aquella noche cuando llegó hasta mí la esfumación. Colóse por las rejas de las ventanas este ángel, forma de púber en rayos de luz divina que dañome la vista. Apreté mis párpados entonces y encandecida rogué bajara la intensidad para abrir mis ojos y no lo hizo. Tan lejos de la experiencia humana hallábase ese ángel, noté yo, e hizose el sonso como si hablárale yo o pasara un tren que no había alguno, ni vías en Jerusalem para que transitara. Irritome y le exigí que se fuera. Más, mostrábase imperturbable él y alzando brazos cantome un salmo que titulole el Ángelus. “Detesto los salmos a esta hora”, grité, pero no respondiome. ¿Cómo habríame de escuchar él a mí en medio de tanta orquesta? Por mi parte, sospeché que todo el pueblo estaría ya despierto dado el volumen. Tan grande era. De pronto hablóme con eco el querubín. Érase una voz metálica y espantosa como todo en él. Más, el horror llegó cuando acercose a mí tendiéndome tres dedos suyos. Abrí un ojo mío y vilo sonriente al invasor.
- ¡No! - advertíle - ¡Vais a electrocutarme! ¡Salíd de mi cuarto!
- No debeis temer, María – díjome en su repugnancia – soy un enviado de Dios.
- Angel mío – respondí amablemente porque tampoco queríame yo ganar el infierno.
- Arcangel – corrigióme el pedante.
- Perdón, Arcángel mío, vos no creéis que carezco yo tan de imaginación como para no figurarme que sois un enviado de Dios, ¿verdad? Más, ¿para qué quieresme Él a mí que está tan bien solo? Y, os suplico, no me toqueis que me impresiona.
Antes que una respuesta saliera de sus labios, retornose la cantata a la tierra. Sostuvo el coro una nota musical por largo tiempo, prologando la anunciación de la que vosotros ya habeis tenido noticias por medio de Pablo y Mateo. Que en paz descansen.
- Un hijo – dijome el arcángel – El Señor Dios quiere un hijo tuyo.
- ¿Un hijo? ¿¿Un hijo?? Hacédme un favor, Arcángel mío – dije y tomeme el pecho que reventábame de disgusto -, en mi nombre vais a decirle que no. Que así estoy bien.
- Y ¿porqué? No os entiendo, seríais una privilegiada.
- Aunque vos lo pongais en tela de juicio y tu creencia condeneme injustamente al pecado de la mentira y este al infierno, más terrible es la verdad, que lo que no tiene es remedio como dijo el cantante, pero debo deciros que lo soy.
- Que lo sois, ¿qué? Eres muy complicada
- Que soy una privilegiada, mi arcángel... y por un motivo que no os va a agradar... – dije yo pensando en los fogosos besos de Magdalena - perdón... ¿cómo os llamais?
- Gabriel
- Gabriel: un gustazo. María
- Lo sé. Pero sigamos con el temita de la anunciación ¿cuál es el privilegio de decir no?
- Mirad Gabriel como son las cosas: en este son todas más o menos iguales y vos habeis dado justo con la excepción.
- Sí, por eso os ha elegido el Señor.
- A ver – desafielo yo – ¿Porqué soy una excepción para el santísimo?
- Sois virgen
Cuando dijo “virgen” entonó el coro celestial: “Virgeeeeeeeeen”. Más, todos vosotros estais equivocados, asegurele al ángel. Y él:
- ¿Cómo?
- Como os digo. Y hay más para contaros pero prefiero mantenerlo en secreto. No os enojéis pero este es un pueblo chico.
- Y, ¿Dios...?
- Dios, ¿qué?
- ¿Cómo Dios no lo sabe?
- Bueno, suponíame yo que Dios conocíame mejor que nadie. Que estábame habitada por su espíritu y que yo habitaba el suyo y los dos en la casa de mi padre, con quién discuto seguido pero que también tiene a Dios adentro. Y creíale yo que Dios peleábase con Dios cuando mi padre y yo discutíamos. Que cuando una vez mi padre voló un cabrito por los aires, también volólo a Dios, que en el cabrito había. Que en paz descanse, pero de todos modos nos lo íbamos a comer otra noche si no era esa.
- ¿A Dios?
- No, al cabrito.
- Me estáis mareando. No estoy preparado para tanto. Además yo solo he venido a anunciaros lo que Dios me ordenó hoy por la tarde: “Ve y dile a María que tendrá un hijo mío. Nunca ha estado con un hombre pero en su vientre engendrará un niño”
- ¡Dios me libre! – grité desesperada – Para destino mío suena un poco bizarro. Por otra parte, debo explicaros que el Señor ha recaído en un error al pensar que soy virgen… es cierto, no he estado con un hombre, pero la virginidad puede perderse de muchas maneras.
Luego de estas palabras sobrevino el silencio. No escuchábale yo sino el piar de los pájaros a lo lejos o el lento andar de una carreta romana perdida en la oscuridad con un gladiador arriba. Todo parecíame vuelto a la normalidad cuando de pronto la voz del arcángel retornóme a los oídos:
- ¡Oh! ¡Qué ridículo me siento! – lo escuché, más, yo seguía sin mirarlo porque dañabame la luz que de él salía. Tan grande era – ¿puedo sentarme? Casi caigome redondo del impacto.
- Sí – dije -, sentaros. Y ya que estais ¿no os cubriríais con esta manta negra, así puedo abrir mis ojos?.
El ángel se tapó al fin, esa luz me destruía la visión. Al levantar los párpados vi que sus alas se curvaban y bajo la manta opacábase el intenso brillo, imaginé que por desilusión. De súbito, espetó:
- ¿Sabés María? No tengo ganas de pasarme la eternidad comprendiendo ¡Ya estoy cansado! ¡Que ve para allí y que digas esto! ¡Que no nací para profeta, que yo sí! ¡Que anunciale tal cosa y aparécete en tal lugar! ¡Que no soy virgen! ¡Que esto, que lo otro! ¡Llevo años componiendo músicas para diferentes ocasiones y si hago esto es para poder cantar con mi coro, y nada más! ¡Porque lo que gustame es cantar! ¿Entendeis? ¡Amo la música, más que a dios, más que a nada! ¡Así que me voy y arreglaros directamente con Él! ¡Conmigo se acabó!
Así nomás disipose el arcángel loco y a diferencia de cómo había llegado se fue de mi lado sin hacer aspavientos. Solo dios habrá visto la luz extinguirse en la ventana, apagarse la estrella de su sueño fugaz en la inmensidad de la noche.

lunes, 14 de junio de 2010

Perla


Suplemento Soy

IN MEMORIAM

La buena educación

Por Paula Jiménez

Cuando Perla Szuchmacher ya había enfermado, despertó de una operación y pidió papel y lapicera para escribir la dramaturgia de su última pieza teatral, basada en el cuento de Linda de Haan y Stern Nijland, Rey y rey. Perla la llamó Príncipe y príncipe, y es la clásica historia de aquel que hereda el trono y debe contraer matrimonio para poder asumirlo. Pero, ¡atenti! Que la historia deja de ser clásica cuando a la reina le sale el tiro por la culata, porque lo que el futuro rey asumirá no es solamente su lugar en la corte. Una vez hecha la convocatoria a las más bellas señoritas, éste elige desposar nada más y nada menos que al hermano de una de ellas. La reina le pregunta entonces sobre cómo harán para tener hijos, y éste le contesta que los adoptarán. Tomá mate. Es que dentro del amplio espectro de preocupaciones sociales incluidas en las obras de Perla Szuchmacher, la de la diversidad sexual aún no había sido abordada por ella hasta aquel momento, y alguna secreta urgencia la instó a que lo hiciera antes que su tiempo se acabara. Esta directora y dramaturga infantil, hermana del director de teatro Rubén Szuchmacher, nació en la Argentina en 1946 y se exilió en México, donde murió el 10 de mayo de 2010, tras padecer cáncer durante un año. En el momento de su muerte, Príncipe y príncipe ya estaba en cartel.

Perla, que en los años de dictadura fue despedida de Canal 13, donde conducía un programa para niños, desarrolló en México una trayectoria y un perfil artísticos poco frecuentes, no sólo por su posición combativa frente el teatro infantil –“es el patito feo del teatro y me encanta remar contra la corriente y dignificar este arte”, dijo en una entrevista–- sino porque todos los temas que eligió para poblar su dramaturgia son el patito feo, el diferente, el costado rezagado y silenciado de algo. Es que, como tenía un gran respeto por los chicos y no subestimaba nunca su inteligencia, Szuchmacher no desmereció que éstos pudieran comprender el entramado cultural circundante y por eso no se calló nada; sólo tuvo que encontrar el lenguaje idóneo para eso y le salió muy bien (además, ¿qué mejor momento de la vida de un ser humano que la infancia para cultivar valores que alienten a la construcción de una sociedad distinta desde sus bases?). Por eso las obras de Perla Szuchmacher debaten temas nodales como el desempleo o la explotación infantil, en Inútil presentarse sin reunir los requisitos; el machismo, en el caso de ¡Vieja, el último! –una expresión sexista que desde chicos usan los mexicanos y que quiere decir algo así como “el que queda último es mujer”– y que se ha transformado en un clásico; la adopción, como en la galardonada obra Malas palabras; y, a partir de su tiempo final, también, y afortunadamente, la homosexualidad.

sábado, 8 de mayo de 2010


Día de los muertos en Patzcuaro



Llegar en medio del adiós
y la renuncia
para subirnos a una embarcación
y con la luna abandonar la tierra.
Pisar otra vez el suelo firme
y ver las flores
las frutas, los cigarros
desparramados en las tumbas.
Vos y yo caminamos ascendiendo
y descendiendo por la colina oscura
hasta el panteón,
más vivas que el amor, que las hormigas
que el movimiento entero.
Como tantos
no somos más que turistas deslumbradas
por este mundo en el que nada hay
del todo vivo
o del todo muerto. Ahora miramos
a los muchachos abrazarse,
borrachos ya
brindando en las cantinas
o bajo las estrellas, en la costa.
A penas si se pueden sostener
pero se yerguen
como si todo el equilibrio fuera en ellos
una fiesta y la noche, compañías eternas
como el cielo y el infierno.
Yo estoy cansada de andar
y soy como los muertos de este día
no toco con mis manos lo que amo
nadie me quiere a mí
sino al recuerdo de su amor antiguo.
La madrugada cae y se atenúa
el fulgor de la estrella.
Bajan los santos, los niños, los fantasmas
hasta nosotras
que untamos guacamole
y temblando de frío bebemos café negro.
La claridad se impone, se acomoda
a las calles suavemente y va cobrando
nitidez la ofrenda
que en su periplo abandonó la noche.
Hecho de vidrios,
de vasos y de pétalos, el sol da forma,
nuevamente, al mundo.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Entrevista

Realicé esta entrevista un tiempo antes de que Vanina declarara contra su padre, o mejor dicho, a favor de la justicia. No la subí en ese momento y lo hago ahora. Hay temas y personas cuyas historias y opiniones son mucho más que una noticia.




Viernes, 19 de marzo de 2010
ENTREVISTA

A la izquierda del padre


Está autorizada por la Cámara Federal de la Capital a declarar como testigo en el juicio que se le sigue a su padre por la apropiación de Juan Cabandié, su hermano menor. Actriz, lesbiana y testigo de una historia violenta, Vanina Falco ha contado su verdad arriba del escenario, abajo, y sigue contando en esta entrevista.

Por Paula Jiménez para Suplemento Soy

En Mi vida después, el biodrama de Lola Arias, vos interpretás la historia de tu vida... ¿Cómo te decidiste a hacerlo?
—Como actriz fue una experiencia totalmente nueva y atípica. Cuando Lola me propuso trabajar en el proyecto tuve una sensación contradictoria. Me parecía un proyecto interesantísimo y al mismo tiempo me preguntaba cómo será esto de contar mi propia historia, de actuarla. Era algo más parecido a un abismo que a una certeza, pero la experiencia fue hablando por sí sola. El trabajo se fue armando entre todos, pero el texto es de Lola y se desliza en un borde entre la ficción y la realidad. No es fácil interpretar algo biográfico. Claro, una dice: un texto, sí, pero ese texto era yo: “Muere Perón y nazco yo, después de un parto de catorce horas”.
¿Y cuál es tu historia?
—Nací en el ’74, en una familia de clase media, hija de un padre que supuestamente era visitador médico, además de algo relacionado con la policía, y de una madre contadora. Nosotros nunca teníamos muy claro qué era mi padre. No lo veíamos vestido de policía, pero íbamos al Círculo Policial, nos movíamos como familia de un policía. No entendíamos, él no se posicionaba como tal y después supimos por qué: era de inteligencia y había trabajado durante la época del proceso. Yo era la más grande de dos hermanos. En el medio, tenía conocimiento de que mi madre había perdido una beba y que después de ella llegó mi hermanito. El primer registro que tengo es el de mi padre entrando con él en brazos a mi casa. Pero en realidad nunca supe que era adoptado, yo era muy chica. Nos creíamos hermanos biológicos. Mi padre se encargó de que nadie se enterara. Hace seis años, mi hermano, que en ese entonces se llamaba Mariano, comenzó a tener dudas sobre su identidad. El venía acumulando muchas cosas, sobre todo una historia tristísima y violenta con mi progenitor. Lo maltrataba sistemáticamente. Conmigo también fue violento, pero mucho más con mi hermano. Cuando me planteó sus dudas, yo le dije: “Bueno, tenemos que ir a Abuelas”. Antes se lo preguntó a mi mamá: primero se lo negó y después, en medio de todo esto, le confesó que era adoptado. Ella aparentemente no sabía nada, mi padre vino un día diciendo que había un niño abandonado en el hospital. El se encargó de hacer todos los papeles y mi madre pecó de muchísima ingenuidad, o directamente hizo la vista gorda. Yo, por mi parte, empecé a tener problemas con él en la adolescencia porque soy muy inquieta y él es un tipo muy controlador. Me fui de mi casa a los 21 años después de un último episodio violento a raíz de haberse enterado de que yo estaba teniendo mi primera relación con una chica. Tuvo una reacción nefasta. El, cada tanto, una vez por mes, me preguntaba si había cambiado de opinión y yo le decía que no. Y un día se armó una discusión y él se puso más violento; ése fue el quiebre total para decidir irme. Yo estaba esperando a cumplir la mayoría de edad, porque él me venía amenazando con que yo era menor. Así que cuando pasó lo de Juan me agarró independizada y lejos de mi padre.
¿Cómo fue el íntimo reconocimiento de lo que te estaba pasando con una mujer en medio de un contexto así?
—Fue bastante duro para las dos, para mi novia y para mí. Ella también tuvo que soportar una embestida violenta de parte de sus padres. Pero no fue un conflicto la vivencia íntima sino el contexto, la persecución mental de mi padre hacia mí: él me esperaba en un lugar del que yo no podía salir, me preguntaba si había cambiado de opinión, yo le decía que no y hablaba sólo él. Era una tortura psicológica, un interrogatorio, una mecánica hostigadora que discerní a la luz de saber que había sido policía de inteligencia. Me decía cosas como: “Vos estás enferma, yo te voy a destruir”. “Vos conmigo no vas a poder.” “Yo sé bien lo que es que alguien me suplique.”
Tu hermano y vos tienen en común que tu padre ejerció sobre ambos un cercenamiento de la identidad...
—Conmigo lo intentó, sí, pero no pudo...
En el caso de tu hermano también lo intentó y finalmente tampoco pudo...
—Claro, no lo logró, pero lamentablemente en el caso de mi hermano duró mucho la supresión de la identidad. Juan la recuperó recién a los 25 años, yo, cuando me di cuenta de que me gustaba una chica, me gustaba una chica. Fue inmediato. No hubo un momento en el que yo dijera “bueno, lo oculto”. No. Yo estaba convencida de que si deseaba eso iba a ir contra viento y marea. No es que yo había tenido episodios antes y por miedo, o porque había nacido en un entorno violento y autoritario, me los había callado. Esa fue mi primera vez, pero, por suerte, tuve un gran apoyo de mis amigos y de mi novia de ese momento.
¿Y de tu hermano?
—Mi hermano era muy pequeño cuando se desató todo esto y él estaba afuera y al volver encontró la casa explotada. Para él era difícil por crianza, porque nosotros fuimos a un colegio religioso. Y fue difícil para él porque, por parte de mis padres, había mucho ocultamiento y el argumento era: “Tu hermana está mal”. Pero después, con el correr de los años, cuando nos reencontramos, él enseguida aceptó. Estaba preocupado porque yo iba a ser actriz, en realidad. “¿De qué vas a vivir?” era la pregunta, no con quién. Yo siempre me sentí muy acompañada por él. Además de ser un hermano, es un gran compañero para mí.
¿Cómo es hacer el coming out en cada función de Mi vida después, delante de todo el público?
—Es verdad que una lo dice arriba de un escenario, pero yo no sé lo que es estar en el closet. Yo siempre, de entrada, lo comuniqué, tanto a mis amigos, como a mi entorno laboral. Incluso a mis padres. Y esto que doy a conocer en la obra aparece dentro de un contexto de un friso de él, de mi padre, de mostrar su violencia sistemática. No creo que él hubiera reaccionado de modo muy diferente si le hubiera aparecido con cualquier otra cosa, como por ejemplo embarazada, sin saber quién es el padre. Claro, él esperaba que me recibiera en una carrera y que consiguiera un marido que me hiciera feliz y le diera nietos. Por supuesto que su hija, la abanderada, porque yo era muy buena alumna, le dijera que le gustaban las mujeres, era un poquito fuerte para él. Esto lo detonó más que otras cosas. Entonces, creo, volviendo a la obra, que Lola, la directora, lo expone como parte de un accionar violento y cierra la imagen de un tipo con una violencia desmedida. A mí él me pegó una vez y me desfiguró la cara. Ese fue el único episodio violento, físico, que tuve en relación con mi elección sexual. Por otra parte, lo que le pasó a mi mamá es que no podía entender que yo fuera bisexual. A mí me encantan los hombres, también. En verdad, estoy hace años en pareja con una chica, y elijo mayormente mujeres, sobre todo para compartir mi vida. Pero creo que las identidades sexuales son móviles. Yo lo vivo así. No creo que algo se establezca y quede para siempre así. Ese no establecerse para mi madre era tremendo. Ella necesitaba una definición.
¿Estás por declarar contra tu padre?
—En el juicio que lleva mi hermano, desde un principio, con los abogados de Abuelas empezamos a pensar que era importante que yo declarara porque hay muchas cosas que puedo confirmar. Ya lo había intentado hace cinco años, pero fue rechazado ese pedido porque la ley me prohibía que yo declarara por mi vínculo sanguíneo. El año pasado presentamos un escrito en el que pedí directamente a la jueza actual declarar. Lo presentamos. Estaba de vacaciones, me sonó el celular y era el abogado diciéndome que la cámara lo había aprobado. Fue un momento muy fuerte. Yo estaba descreída de que lo íbamos a conseguir. Es un fallo histórico: sienta el precedente de que una hija pueda declarar contra su padre y esto habilitaría a que otros familiares puedan también hacerlo. Esto abre un campo importante para la causa y lucha de Abuelas. Es una alegría y una gran responsabilidad. No experimenté ningún tipo de contradicción cuando se aprobó mi declaración. De hecho, me quería volver de mis vacaciones. Fue un 23 de diciembre. Es como me dijo un amigo: un regalo de Papá Noel.
¿Alguna vez imaginaste que tu padre podía ser un apropiador?
—Apropiador no, pero en mi casa el tema de los desaparecidos era un tema prohibido. Yo me enteré de grande de lo que había pasado en este país porque empecé a investigar por mi cuenta y a militar en una agrupación en la facultad. En realidad, la época en la que me hacía los interrogatorios coincidió con el momento en que se dio a conocer el caso de los mellizos Reggiardo Tolosa, que fueron apropiados por Samuel Miara. La bestia de Samuel Miara era mi tío Lito y esos chicos fueron criados con nosotros como mis primos. En ese entonces tuve por primera vez dudas en relación con el pasado de mi papá. No ligaba a él la figura del apropiador, pero sí lo relacioné con cierto accionar en las fuerzas. Y a raíz de esto yo pensé que podía ser hija de desaparecidos, pero yo nací en el ’74 y dije no, además soy igual a mi madre. Pero lo que me pasó es que no pude girar la cabeza y ver a mi hermano. Me llevó años de terapia sacarme esa culpa. Ocurrió que fue una mentira bien guardada por ellos y además, mi hermano y yo somos muy parecidos físicamente, ése fue un detalle que nos jugó en contra. Además era un discurso reforzado: “Mirá qué iguales que son”, nos decían todo el tiempo. Nos vestían iguales. Esa duda que tuve en un primer momento la dejé morir, y después, inmediatamente, pasó a primer plano mi conflicto con mi padre por mi elección sexual, así que todo ese combo me impidió profundizar.
¿Pensás que tu padre fue torturador?
—Si me dejo llevar por la intuición o por el rechazo de piel que me produjo él cuando accionó de esa manera conmigo y cuando me enteré de lo de Juan, yo te diría que sí. Yo no necesito que la Justicia me asegure algunas cosas. Yo siento que él no estuvo afuera de la maquinaria represiva. Y tengo sospechas fuertes de que pudo haber sido un torturador, son pesadillas que me acompañan. Igual, cuando decidí irme de mi casa, di vuelta una página de mi vida para no volver a girarla nunca más. Yo sabía que yo quería otra cosa para mí y él formaba parte del pasado. Cuando se desató lo de Juan tuve una reacción epidérmica peor que cuando tuve que enfrentar a mi padre por lo de mi decisión sexual. Una vez me dijeron: “Pero vos no podés ir en contra de tu padre, pensá que puede ir preso”. Pero yo no puedo ir en mi contra, en contra de la verdad, tengo que ser leal a mí misma. Aunque sea mi padre, yo no tengo dudas en relación con mi deseo de justicia.

jueves, 22 de abril de 2010

Poema


Ubatuba





No son embarcaciones
sino pequeños buques como impactos
de color en el agua. Algunos
tienen nombre: Pie desnudo, La reina
de la playa, Tus ojos, El pescado.
Apenas balancea sus viejas estructuras
un oleaje calmo que se agita
en la orilla de la isla Providencia.
Tratamos de seguir el movimiento
ir más allá
de la quietud del mar.
Bajo un cielo cargado
entramos con el kayac y se aleja
el dibujo perfecto de la costa.
Son las seis de la tarde, pero el sol
amenaza perderse
entregarse a la noche que adelantan
las nubes tormentosas.
Es la última tarde en la Praia Do Lázaro
¿quién pudiera medir lo transcurrido
desde el primer crepúsculo
que vimos
cerca de aquí, en la costa de Sununga?
No parecían reales esas olas inmensas
disueltas en vapores plateados
que lustraban las rocas y rugían
furiosas y cansadas
de su constante avanzar y retraerse.
Cada vez esa furia aplacaba la nuestra
golpeaba nuestra ira cotidiana
esas olas entraban en tu cuerpo y el mío
y nos hacían silentes y sumisas.
Como si fuera hoy quema la arena
que esa tarde pisamos. Y yo te veo a vos
mirando el panorama de aquel cielo
diluido en el agua.
Ahora las dos remamos mar adentro
voy adelante y no puedo girar
para espiar tus ojos
el movimiento equidistante de tus brazos.
Ya se terminan
los días en la costa que se parece más al paraíso
de todas las que vi, porque supongo que el paraíso es
ese lugar donde el instante cobra
un valor igual al tiempo entero.
Ya se termina
es lo que dicen todos cuando vuelven al yugo indeseado
y sienten que los días van muy rápido y que no elijen
la vida ni el infierno.

lunes, 12 de abril de 2010

Otra lectura

Lunes 12 de abril de 2010 - 20 hs.
"LECTURAS EN BARTOLOMEO"

"POESÍA, MÚSICA Y MEMORIA" en el Bar "BUKOWSKI"


Bartolomé Mitre 1525, Buenos Aires

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Este lunes 12 de abril de 2010, a las 20 hs.

continuamos las reuniones de lectura

-a desarrollarse todos los lunes-

en "Bukowski" -un espacio dedicado a distintas expresiones del arte-

y los invitamos a compartir esa noche dedicada a la poesía.

En nuestro próximo encuentro de este año

leerán sus textos los escritores

 

* María Cristina Santiago

* Mario Sampaolesi

* Paula Jiménez


Además contaremos con la participación del músico
* Juan Pablo Fernández

 

Destacamos que, en la idea de abrir el espacio a todos los creadores,

también continuamos nuestro "micrófono abierto"

destinado a quienes quieran darse a conocer,

a quienes quieran compartir sus textos.
Los esperamos.

ENTRADA LIBRE Y GRATUITA.

lunes, 5 de abril de 2010

Dos Lecturas Dos

BOMB PLAN
-lecturas de poesía al aire libre-


Mercedes Halfon
Marcelo Cutró
María Medrano

Jueves 8 de abril a las 20 hs.
Bonpland 1660 - Espacio Cultural Bompland - Asamblea de Palermo

Feria de productos de Yo no fui (talleres artísticos y productivos de las cárceles de mujeres de Ezeiza y de las mujeres que salen en libertad/ www.yonofui.org.ar)
Bar y comidas Rikisito
Feria de libros


Papeles blancos
jueves 8 de abril / 22hs.

Leen:
Jorge D'alessandra
Fernando Graneros
Tomás Maver

Invitada:
Paula Jimenez

Música:
Maldición maleva

Entrada: $8
La ratonera cultural/ Corrientes 5552

martes, 23 de marzo de 2010

Y ahora: uno de viajes. Para variar


Hotel de Laguna Hedionda



Sí, tengo en mis manos este libro y leo
arrimada en el fuego – como el protagonista
que alza su copa y bebe de su vino
al borde de un hogar. Es el único fuego
y se acabará pronto
dejándonos sin luz y sin calor.
Mientras tanto
encuentro la oración: “Era llevado
hacia mi destino y no importaba
si a costa del peligro o incluso
si eso me destruiría”.
El frío toca el hueso y lo hace de verdad,
pero no anhelo amparo ni tengo miedo ahora.
No puede pasar nada.
No sé sentir terror
por esas cosas que ya se han desplomado.
El fuego
se extingue al lado mío
y la sala se amplía y se congela.
Las letras, en la hoja de mi libro
se van amalgamando unas con otras,
volviéndose grisáceas, movedizas.
Por la ventana veo a los flamencos
inquietarse y los oigo
chillar en su concierto y su cortejo.
Yo perdí mi refugio tiempo atrás,
cuando empezaba el viento
a girar en la arena
conduciendo este frío.
Ahora
estoy completamente al lado tuyo
como hace un rato estaba
junto al fuego.
Pero vos querés irte
aunque no puedas, extinguirte también.
Es esto lo que hay y sin embargo
volvería a comer junto a tu plato
a chocar en el aire congelado
con tu copa de vino
a escuchar una cueca mal cantada
por un coro de mozos. No me importa,
lo elijo
elijo lo que venga
con esta decisión que desconozco
y que sin duda es mía. Elijo porque sé
- porque la gente intuye los caminos
de su felicidad - que llegada la noche
escucharé el desierto
con su silencio ecuánime
cortarse en mis oídos y agitarse
por tu respiración.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Otro de viajes


Salar



Si la nieve es una forma de la luz
la sal también lo es.
Son doce mil kilómetros de luz
hendida por figuras romboidales
que repiten
el contorno sutil de la molécula.
Este dibujo divide todo el suelo
y con apenas una lámina de agua
refleja el infinito.
Es el Salar de Uyuni, en el sur de Bolivia
y solo se ve un hombre con su pala
cavar el piso blanco, refulgente,
como un chorro de luna derramada
quemándole los ojos. Los cayos de sus manos
se adaptan a ese mango de madera, imagino, el dolor
semeja a su herramienta
y es casi una extensión de él o de sus brazos
cubiertos por el frío.
Nosotras perseguimos el fin del panorama,
el punto en que se corta el blanco interminable,
y no aparece: todo es continuidad
como si el tiempo eterno tuviera geografía.
Nos internamos más
y más en el desierto,
ya sueltas de la malla que sujeta
los puntos cardinales, como estrellas fugaces
parece que caemos de los límites.
Después vendrán lagunas de colores
y no importa,
llamas, casas de piedra,
el azufre bullendo por los geisers
y la mancha que forman los flamencos,
rosada, sobre el agua.
En este instante, en el centro del salar
alzamos una copa que el chofer nos invita.
“Licor de coca y sidra” dice, y mezcla
azúcar con espuma y amargor.
Después de haber callado todo el día, nos dedica
al fin, unas palabras: “Brindemos por el viaje
porque dios
nos proteja de todos los peligros de la ruta”.
Pero no hay ruta, hay
una suerte de huellas en la luz
un camino inventado que podría ser otro,
llevarnos hasta un páramo
sin bordes
en medio de las piedras o la arena o los bloques
de cuarzo. Yo te veo girar sobre vos misma
observar con terror este continuo blanco
que nos aísla del mundo.
En este punto estamos, casi sin conocernos
¿quién diría? Como dos camicaces
que un día se encontraron
y ahora creen
saber adonde van.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Inédito del libro de los viajes


Esteros del Iberá


Flotan islas de hojas,
el bote se desliza en los canales
y su madera toca
las pieles escamadas de los yacarés.
Abajo está el peligro, arriba
las plácidas cigüeñas paradas en los palos
miran el cielo opaco
lo contemplan hasta perderse en él
y pasan los carpinchos y se paran
en sus lomos
las hermosas sultanas con su plumaje azul,
su collar colorado, vestidas para una fiesta.
Arriba está lo calmo, lo suave, lo perfecto
y el agua se desliza mansamente
por generosos caminos naturales,
pero de pronto el viento
podría empujar los grandes camalotes y vallar
con su soplo la salida. No pensamos en eso,
tampoco en las pirañas ni en las rayas
que nadan cerca nuestro,
a unos pocos centímetros.
No solemos pensar
en riesgos como estos.
Es tan bello el paisaje y sin embargo
el rozar de tu mano
captura mi atención, reduciéndola al punto
que mis ojos olvidan lo que ven
como si ahora
miraran hacia adentro y encontraran tus dedos,
tus anillos, tus vigorosas manos en mi espalda.
Abajo está el peligro
pero nadie lo nota. No es otra la estrategia
de los oportunistas, de estos viejos reptiles
que conocen el hambre de memoria
como el único mapa de la vida.
Uno asoma su rostro, la redondez
del ojo nos espía a un costado y él
abre su boca inmensa y al cerrarla
cruje como una rama una piraña
que muere entre sus dientes.
Arriba está lo bello y continúa inmutable
como si ni siquiera
la muerte lo afectara o lo impecable fuera
el modo en que la muerte
se incorpora a la vida, así, sin sobresaltos.
No puedo imaginar ciertos finales,
la manera en que las cosas se aniquilan
y pasan a formar parte del tiempo,
de todo ese pasado que nos trajo hasta acá.
El bote va internándose entre islas inmensas
el conductor se baja y hunde
sus botas en la alfombra flotante de hojas vivas,
rebosantes de verde a punto de estallar
y nos señala una perfecta flor rosada
y dice que es la flor de los amantes.
Tira la embarcación hacia delante
con un soga. Detrás de él el cielo se despeja
y es cruzado por pájaros naranjas
que aletean sobre nuestras cabezas.
Arriba sigue
su curso la belleza y abajo la cadena
de bocas impiadosas comiéndose una a otra
también se continúa.
Estamos en el medio, no elegimos
mirar pero olvidamos
la rueda que nos lleva, no sabemos adonde
la holgura del peligro y del amor
que nos hace tan frágiles.

jueves, 18 de febrero de 2010

Diario de duelo



Durante los dos años posteriores a la muerte de su madre Roland Barthes escribió en pequeñas fichas, en tinta y lápiz, el "Diario de duelo". Presento aquí un breve extracto de este bellísimo y desgarrador texto.


Primera noche de bodas
Pero ¿primera noche de duelo?

***

- ¡No ha conocido usted el cuerpo de la mujer!
- He conocido el de mi madre enferma, luego moribunda.


***

Idea – que causa estupor pero no desolación – que ella no ha sido “todo” para mí. Sino yo no habría escrito obra. Desde que la cuidé, desde hace seis meses, efectivamente, ella era todo para mí, y olvidé completamente que había escrito. Yo era perdidamente para ella. Antes, ella se hacía transparente para que yo pudiese escribir.

***

… que esta muerte no me destruya por completo, quiero decir que decididamente quiero vivir perdidamente, hasta la locura, y que por lo tanto el miedo de mi propia muerte está ahí, no se ha desplazado ni una pulgada.

***

Lunes 15hs- Vuelvo a entrar de regreso por primera vez a mi departamento ¿Cómo voy a poder vivir aquí yo solo? Y simultáneamente la evidencia de que no hay ningún lugar adonde cambiarse.

***

Por una parte ella me pido todo, todo, su absoluto (pero entonces no es ella sino yo el que le atribuye pedirme eso). Y por otra parte (siendo entonces verdaderamente ella misma) me recomienda la ligereza, la vida, como si me dijera “pero ve, sal, distráete…”.

***

Hacia las 18hs.: el departamento está caliente, mullido, iluminado, limpio. Lo hago así con energía, devoción (lo gozo con amargura): a partir de ahora y para siempre soy mi propia madre.

***

Soledad= no tener nadie a quien decir: regreso a tal hora o a quien poder hablar por teléfono para decir: ya regresé.

***

Ahora, por todas partes, en el café, en la calle, veo a cada individuo bajo la especie del que – debe – morir, ineluctablemente, es decir, muy exactamente del mortal – Y con no menor evidencia los veo como no sabiéndolo.

***

Ahora sí de donde puede venir la Depresión: al releer mi diario de este verano, estoy a la vez encantado (cautivado) y decepcionado, así que la escritura a su máximo es de todos modos irrisoria. La depresión vendrá cuando, desde el fondo de la aflicción, ni siquiera podré agarrarme a la escritura.

***

Mi sorpresa – y por así decir mi inquietud (mi malestar) viene de que, a decir verdad, esta no es una carencia (no puedo describir esto como una carencia, mi vida no está desorganizada), sino como una herida, algo que duele en el corazón del amor.

***

Me espanta absolutamente el carácter discontinuo del duelo.

***

¿A quien podría yo hacer esta pregunta (con esperanza de respuesta)?
¿Porqué vivir sin alguien a quien se amaba significa que se la amaba menos de lo que se creía?

***

Todo el mundo es muy amable – Y sin embargo me siento solo. (“Abandonnite”)1

1 En inglés, abandoned significa también salvaje, lo que está fuera de control.

***

Desde hace varias noches, imágenes – pesadillas en las que veo a mamá enferma, golpeada. Terror.

Sufro del miedo de lo que ya ha tenido lugar.

Cf. Winnicot: miedo de un desplome que ya tuvo lugar.

***

La muerte de mamá: quizás esto que es lo único en mi vida que no he tomado neuróticamente. Mi duelo no ha sido histérico, apenas visible para los otros (tal vez porque la idea de teatralizarlo me habría sido insoportable); y sin duda, si hubiese sido más histérico, si hubiese ostentado mi depresión, despidiendo a todo el mundo, dejando de vivir socialmente, habría sido menos desgraciado. Y veo que la no – neurosis no es algo bueno, que no está bien.

***

Cuando mamá vivía (es decir toda mi vida pasada), estaba yo en la neurosis por miedo a perderla.
Ahora (ahí está lo que el duelo me enseña), este duelo es por así decir el único punto de mí que no es neurótico: como si mamá por un último don, se hubiese llevado lejos de mí la parte mala, la neurosis.

***

Por amor, FW está desvastado, sufre, queda postrado, forzado, ausente de todo, etc. No obstante no ha perdido a nadie, el ser que ama vive, etc. Y yo, junto a él, yo que lo escucho, tengo el aire sereno, atento, presente, como si algo infinitamente más grave no me hubiese sucedido.

***

A cada uno su ritmo de aflicción.

***

Hablar de mamá: ¿y qué, Argentina, el fascismo argentino, los encarcelamientos, las torturas públicas, etc.?
Eso la habría herido. Y la imagino con horror entre las mujeres y madres de los desaparecidos que se manifiestan por aquí y por allá. Como habría sufrido si me hubiera perdido.

sábado, 13 de febrero de 2010

Entrevista a Ana Prada



Viernes, 12 de febrero de 2010

ENTREVISTA

Por mi culpa
Por Paula Jiménez

Cantautora uruguaya de voz melodiosa y presencia angelical —aunque, como dice en una canción, esa impresión es posible porque no la vieron montar—, Ana Prada se planta en su nuevo disco, Soy pecadora, con la firmeza de quien no tiene nada que disimular, ni siquiera el desgarro del amor.



En el arte de tapa de tu nuevo disco, Soy pecadora, se puede ver un comic donde un personaje ingresa a un “túnel del amor” y, a medida que va a accediendo a los placeres que ahí se le ofrecen, va perdiendo partes de su cuerpo hasta terminar convertida en un ángel sin piernas y sin brazos... ¿Qué buscás expresar con esto?

—Es un ángel mutilado, que puede ser también mariposa. Es un cambio de estado, en realidad. Una metáfora del pecado basada en la canción “Soy pecadora”, que le da nombre al disco. El arte de tapa y el comic son obras de Rosalía Banet, una artista plástica española que trabaja mucho sobre género. Los dibujos parecen primero muy naïf, a dos dimensiones, y de golpe empezás a ver en detalle y notás que tienen una fuerza increíble. Todo lo que hace Rosalía tiene un contenido muy fuerte y desgarrador, sobre todo en lo relacionado con el sentir femenino.

¿Porque sos pecadora vas pagando placer con partes de tu cuerpo?

—Siento absolutamente real ese desgarro que implica el pecado en sí: cómo se juzgan determinadas acciones y el costo que eso tiene a nivel psíquico, personal, familiar. Con decirte que mi madre vio los dibujos y me dijo: “¡Ay, m’hijita, cuánto sufriste!”. Y lloraba mi vieja. Yo le contesté: “Bueno, mamá, es la obra de una artista”. Pero en verdad es muy simbólico para mí. Yo sufrí mucho en mi adolescencia, en mi juventud y he pagado el pato de eso: te quedan secuelas a lo largo de toda la vida, secuelas que te hacen síntoma en un montón de cosas y que tienen que ver con asumir tu sexualidad, tu placer, tus amores. Estos dibujos me parecieron muy elocuentes a la hora de mostrar este desgarro. Y en un principio Rosalía me había mandado el dibujo de este personaje, pero sin rulos, y yo le pregunté si se animaba a hacérselos, así quedaba claro que se trata de mí.

Este es un disco más lanzado que el anterior, Soy sola, como si acá te animaras a revelar algo de tu historia y de tu propia rebeldía...

—Es que en Soy sola fue como si hubiera estado pidiendo permiso. Trabajé mucho con Carlos Casacuberta; si no fuera por él y por Elvira Rovira —que era mi pareja en ese momento y que también es coautora de muchos temas de Soy pecadora—, ese proyecto no hubiera salido. En cambio, Soy pecadora me encuentra parada en otro lugar. Aquel trabajo fue investigar dentro de mí, mientras que este nuevo material tiene que ver con una etapa en la que soy más consciente de que estar en un escenario es lo que quiero hacer el resto de mi vida. Asumir ese camino, como cualquier otro camino, es un proceso de vida. Y a mí me costó bastante. Ahora puedo decir “esto soy yo, esto es lo que pasa”, y si me sale una canción como “Tu vestido”, que es una letra de amor de una mujer a otra, no me importa. En otro momento le hubiera cambiado el género, o no lo hubiera cantado.

Claro, en Soy sola manejás más un neutro a la hora de hablar del amor.

—Es difícil hablar del amor con género en determinados momentos de la vida. Más cuando estás abriendo una puerta o te sentís pidiendo permiso para entrar en un universo machista como es la música. No es fácil salir así, con todas las cartas sobre la mesa. Además, el tema de hablar del amor como una entidad en sí misma es a algo a lo que te vas acostumbrando: a no hablar de tus sentimientos. En esto tuvo que ver la época que me tocó, los años que estuve tapando lo que vivía, sintiéndome por esto ciudadana de quinta categoría. Después a una se le hace hábito. Pero, por otra parte, pienso que está buenísimo poder hablar del amor desde un lugar más general, sin remitirlo necesariamente a una persona en concreto. La sexualidad no es la única carta que una tiene para mostrar: yo no soy sólo eso, soy otro montón de cosas. Aunque Soy pecadora, inevitablemente, va hacia ahí. Y me van a preguntar por qué soy pecadora. “¡Y qué sé yo!”, responderé. Es tan fácil quedar del lado del pecado. En esta sociedad mentirosa, que se maneja con una falsa moral, es muy fácil encontrarse del otro lado. Y yo me encuentro del otro lado, del lado del pecado, por suerte.

¿Por qué titular tus discos con una autodefinición?

—Los dos discos son autorreferenciales, ya que tienen el “Soy” adelante. En Uruguay es un modismo muy popular entre la gente grande: “Yo soy sola, m’hijita”. Yo en realidad iba a algo que tiene que ver más con el ser. En español tenemos diferenciado el ser del estar, pero ser solos somos todos y éste es el baile que nos tocó bailar. Soy pecadora surgió como título del disco a partir de la canción y le dio un cauce también. Ese “Soy” viene un poco como a hacerle un guiño a ese otro “Soy” del primer disco.

En uno de los temas de tu disco decís: “Usted me llama señora / porque no me vio montar”.

—Eso alude un poco a mis dotes gauchescas, ando muy bien a caballo criollo de campo. Una vez logré montar una yegua muy arisca y el dueño de la estancia, Don Arturo, me la regaló por haber podido montarla. Y en la canción me gustó la imagen para jugar un poco con la ironía de la connotación sexual. Me servía por los dos lados.

Pero, pese a ese cambio que señalás, vos seguís ubicando una cuestión pecaminosa con relación al juicio colectivo sobre la sexualidad...

—En los países subdesarrollados en los que vivimos, sí. Sobre todo en los países católicos que tienen una Iglesia incidiendo tanto. Me parece que somos sociedades que estamos tan subdesarrolladas que lo importante sería, al menos, desarrollarse en una educación laica. En Uruguay, la Iglesia no tiene tanta influencia. Y yo te iba a decir: “Gracias a Dios”. Y volviendo al tema del pecado, si nos basamos en que quien dictamina qué es pecado o qué no lo es es una Iglesia irrespetuosa, totalmente amoral, soy pecadora.

¿Tu familia es religiosa?

—Por parte de mi padre son ateos, del lado de mi abuela materna son católicos. Yo fui a un colegio católico en el primer año del liceo y, cuando me fui a inscribir en el tercero, me echaron por no haber querido tomar la comunión. No creo en la Iglesia Católica, pero algún tipo de fe tengo. Yo creo en algo así como en la retribución de la propia vida, en lo que una puede dar y lo que puede recibir. Soy de una generación para la cual estaba todo muy polarizado: Queen o Kiss, los yanquis o los rusos, Peñarol o Nacional. El mundo estaba partido en dos, no había grises. Estaban los buenos y los malos. Yo era buena. Y ahora todo eso en lo que alguna vez creímos tiene que cambiar.

¿Por qué decís que la pasaste tan mal en la adolescencia?

—Y... fue muy difícil. Paysandú es un pueblo chico donde se sabe la vida y obra de todo el mundo. Y a su vez fue muy linda, porque tenía una cierta libertad de movimiento y una pertenencia, pero a cambio había que mantener en secreto algunas cosas. Y como no soy de andar ventilando mi vida, mucho no me molestó. Pero en determinado momento, más que el pueblo, lo complicado fue la época. Tengo 38 años y tenía 14 o 15 cuando empecé a enamorarme “incorrectamente”. A la vez tenía novio y, cuando comencé con cuestiones de definición sexual, no fue fácil. No era sencillo en una ciudad chica, hace tantos años. Yo creo que ahora estamos en otro momento, con un montón de prejuicios menos, con muchas cuestiones que están más sobre el tapete y eso es un alivio para los jóvenes de hoy, para que puedan expresarse y decidir. Finalmente, lo único importante es ser feliz.

martes, 26 de enero de 2010

made in Nono




El Huaico





Chillan cada mañana
entre las hojas verdes y difusas
con que se ablanda el aguaribay.
Enredadas en ellas nos hacemos
testigos del cortejo,
del revuelo que acaba con la danza
de esas cotorras volando hacia el vacío.
Mas tarde vuelven, o son
otras iguales, interminablemente repetidas
entre las ramas donde se escucha al viento
descender desde el serro en remolinos.
Miro los picos bañarse de una luz
perfecta, la misma que al caer al lado mío
ilumina el detalle. Miro el agua
por un canal finísimo
y escucho su correr, como arrastrando
la multitud de hojas que son gotas
separadas del hielo. Y veo el césped
y sobre él al hombre de sombrero
que trabaja con la cabeza gacha y que sonríe
cuando paso a su lado. Veo el camino ir
hacia la altura y volver en el suave desliz,
en la alargada promesa de la sombra
de, al fin,
desvanecerse. Los cuises
a los saltos por el pasto, el bramido
del toro que retumba
en la tierra, el zumbar de una abeja,
el colibrí incansable suspendido: nada está quieto
acá, ni la maleza, por cuyas hojas
pasan una tras otras las hormigas.
Si miro el suelo veo
la andanza del insecto, el micromundo
organizarse debajo de las moscas
que en círculos recortan el silencio
aparente de la tarde. Escucho el aire
mezclarse con el agua y ese canto no para,
no va hacia ningún lado,
siguiendo una corriente que no busca
más que afirmar su ser en la caída. Su forma de no ser,
su pasado de nieve, transformado en blandura,
en transparencia. Fuerza sutil, el agua
que tira hacia delante unas truchas pequeñas
llamadas arco iris.
Tan diminutas son que hasta parece
que nunca crecerán,
pero la inmensidad que en ellas también es
y las rodea
avanza a su favor. No retrocede
y se hace manso el tiempo al empujar,
ligero en su canción, como un soplido.

lunes, 4 de enero de 2010

Ausencia




Después de que la psicóloga pidió permiso a los padres de María Eugenia para ir al baño, pasó por la cocina y sirvió unas tacitas de te. Estaba allí cuando se sintió, de pronto, absorbida por una extraña fuerza que desde el centro de su cerebro la elevaba hacia arriba, como si alguien se la estuviera tomando con una pajita. Sin posibilidad de resistirse, sus pies despegados del piso damero buscaban oponerse a través de las puntitas de los dedos que, estirados, se empeñaban en regresar y devolver el cuerpo de la profesional al mundo de la gravedad. Las tazas que llevaba o que hubiera querido llevar al despacho, cayeron de sus manos y no hicieron ruido al tocar el piso porque eran de plástico. Qué barbaridad, pensó, hasta un objeto cualquiera tenía más posibilidades que ella de responder a los requisitos de la tierra. No podía entender lo que pasaba. Lógicamente, la psicóloga se sentía algo más que azorada porque nunca había sido absorbida. Toda su experiencia vital hasta el momento tenía que ver, más bien, con las caídas y el viaje que contra su voluntad estaba emprendiendo era insólito para su estructurado modo de pensar. A medida que ascendía, su cuerpo iba tomando velocidad y no paraba de ser atraído por una fuerza desconocida que tanto podía provenir de un agujero negro en el universo como de un sapo gigante que estuviera bebiendo un trago arriba de una nube, ya que a esa altura todo le parecía posible. Hasta entonces había sido “una mujer normal”, pero esta creencia sobre sí misma se desbarató en el instante en que su cuerpo, propulsado por una fuerza oculta, era elevado hacia el cenit y rompía el techo de la oficina a través del casquete de su cabeza como si fuera una topadora y sin sentir la más mínima neuralgia. A través del ascenso vio cómo todo quedaba no atrás, sino abajo, y pensó que no era eso lo peor, sino la incertidumbre sobre hacia donde se dirigía o, mejor dicho, hacia donde era dirigida. Porque entre las sensaciones más espeluznantes que puede atravesar una persona “controladora” como aquella psicóloga, la de ser llevada por manos anónimas a un puerto inimaginable era la que ganaba el primer puesto. Es cierto que no hace falta ser “controladora” o “rígida” para espantarse de algo así, ya que hasta un hippie de los años 60 puede verse sobrepasado por circunstancias como esas. De hecho, cuando ya se había elevado varios miles de kilómetros sobre el Jardín de la república – hasta el momento había vivido en Tucumán – vio pasar a su lado, a una velocidad significativamente mayor, un hippie que podría ser su padre, con barba larga, lentes redondos y un morral de lana flameando en el aire, que gritaba con desesperación: - ¡Déjenme volver, déjenme volver! Y aún en medio de su propio horror por lo que le tocaba vivir sin comerla ni beberla, la psicóloga se planteó si un hombre así, que tanto habría ambicionado una vida “más loca” y una nueva sociedad, no tendría que haber recibido mejor que ella la novedad del ascenso. Por otra parte pensó, mientras lo miraba subir, que por lo menos ahora sabía que no era la única y que quizás a ellos dos le seguirían otros más. También se preguntó si no sería la extrema delgadez del hippie la que lo hacía impulsarse hacia el cenit más velozmente que ella, o a qué se debería la diferencia. Lo que nunca, pero nunca, se le cruzó es que esa “maquinaria” que aparentemente la absorbía desde la parte superior de su cuerpo y la propulsaba hacia el infinito pudiera fallar, pero de golpe vio caer con una rapidez indescriptible un cuerpo que parecía ser el de una mujer más gorda y joven que ella y cambió de opinión ¿De qué se trataba? ¿habría sido el peso de la mujer lo que finalmente no pudo ser sostenido durante el recorrido total de la “absorción” por ser demasiado grande para esa “maquinaria”? pero una “maquinaria” así de potente y universal, con una fuerza de determinación casi divina, ¿se arredraría ante el peso de una mujer que por otra parte tampoco era exageradamente gorda? No, seguramente no era eso lo que había ocurrido. Lo peor a esta altura, pensó, no será “llegar” a dónde soy dirigida, sino que me dejen caer como a la otra y terminar estrolada contra el piso o infartada en el aire. Tenía razón, ya que “llegar” era, por lo menos, una posibilidad de seguir viva, posibilidad que se vería muy reducida si la fuerza de propulsión que ahora la sostenía se detuviera y la soltara de golpe en el vacío. Entonces, de pronto comprendió que “eso” que la chupaba desde su cabeza se había convertido ya no en su opositor sino en su aliado y que no se diferenciaba tanto de los años, o de cualquier otra cosa conocida que tampoco tuviese vuelta atrás. Sin embargo ese sentimiento no alcanzó para tranquilizarla. Ya tenía los oídos muy apunados cuando, de golpe, un fuerte estruendo se dejó oír y fue como si dos bombas hubieran explotado dentro de ellos para dejar lugar, inmediatamente, a un inesperado alivio. Entonces, como quien no quiere la cosa, empezó a dejarse oír una voz de hombre que venía desde lejos y le decía: Licenciada, licenciada, ¿se encuentra usted bien? Era el padre de María Eugenia. La licenciada abrió los ojos que estaban muy llorosos, como si le hubieran prendido un ventilador delante de la cara durante media hora y vio, primero nubladamente y después con nitidez, el blanco y el negro del piso damero de la cocina y un poco más atrás las patas de metal roídas que sostenían la vieja mesada, y sintió, de pronto, todo el frío de la baldosa sobre la que tenía apoyada su mejilla derecha. Casi a un metro, de una taza volcada se había derramado el té que aún estaba caliente y le empapaba el pantalón. La baba le caía, como una hilacha, de la comisura izquierda y atravesaba su mentón hasta marcarle el cuello. Ya estoy con usted, dijo la psicóloga todavía en el piso, perdone, por favor, es que soy hipotensa.