domingo, 5 de junio de 2011

La vuelta - poema 22


Es difícil contarles
lo que vi.
Era como una foto, o una imagen
tan vívida que parecía poder
tocarla si quisiera.
Pero ni lo intenté.
En la selva, esa noche
había tomado el jugo de una planta
que me invitó un cacique.
Al rato de beber, supe
que era yo la que trepaba ante mis ojos
mientras el indio cantaba sus ícaros
que era yo
la que subía como una enredadera
por el tronco de un árbol
sentada en aquel piso, sin moverme
y era yo la que después bajaba
y volvía a subir
todas las veces necesarias, o sea
durante el tiempo total de mi vida.
Es difícil contarles
el empeño con que abrazaba esa corteza
clavándole las uñas que la descascaraban.
Recordé, en algún momento de esa noche
que al empezar el viaje había imaginado
que llegaría por propia voluntad
a detenerme. Pero no hay, no hubo
un punto de llegada en ningún lado
a lo sumo, y por suerte, algún descanso
donde recuperarme para seguir camino.
Viajar es ir, pero quizás, de a ratos,
sea también la vuelta
sobre los pasos propios.
Cuando cedió su efecto aquella bebida
era de madrugada y me dormí
al despertarme
esas imágenes habían perdido intensidad
pero la cara de aquél indio quedó en mi corazón
por muchos días
lo volvió dulce como a los duraznos
que resucitan para deshacerse
en la boca sagrada de la vida
después de cada invierno.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Las cosechadoras de flores


En el campo, bajo el sol de la mañana, con sus sombreros de alas anchas cubriéndoles el pelo, las mujeres cosechan. Con delicadeza de orfebre le roban una a una sus flores a la tierra.

···

Sus voces, finas como los tallos, se escuchan en el tiempo del descanso, cuando se agrupan y dejan los canastos a sus pies, cuidados como niños de colores que asoman las manitos sobre el mimbre. En el trabajo son tan detallistas que incluso sus palabras parecen esculpidas con la misma atención. Juntas hablan de las hojas y los pétalos y comparten unos minutos de silencio antes de volver a la tierra, a su negociación con los terrones negros de donde salen juntos fortuna y deshazón.

···

Ramilletes de novias, coronas para muertos, algunas solitarias en las manos de algún tímido, exuberantes ramos en un centro de mesa coronado de helechos, flores para tirar a los cantantes, para lucir en la solapa o en la oreja, todo eso llevan, como se lleva a dios, capaz de pronunciarse en cada dicha, en toda la tristeza.

···

Delgadas como tallos son las cosechadoras, no las empuja el viento, porque no es viento lo que hay sino ese suceder que empieza de mañana y continua deslizándose al sol hasta que cae con sus últimos rayos al Oeste. Las que cosechan van hacia delante como sopladas por el amanecer.

···

Es mínimo y enorme este trabajo que solo con la lluvia se termina.

···

Veían a sus madres agacharse en la tierra y apretar con sus dedos cada tallo, los canastos colmados bajo el sol, los pantalones grises manchados por la tierra, que es fría en los inviernos cuando cae el rocío, cálida en los veranos y neutra en los recuerdos. No es como la arena, como el agua o el hielo, la tierra no repele ni encandila y solo si se enoja produce algún estruendo. Su música es piadosa, imperceptible, las flores que cosechan las mujeres son notas, seminotas, silencios.

···

No hay verdad alguna en eso: no se cosecha jamás lo que se siembra. Se cosecha lo que al viento sobrevive, al agua, al fuego, a la torpeza humana, al robo, a las enfermedades de la tierra. Las mujeres cosechan lo que hay, lo que se deja llevar entre sus manos. Aunque sus hombres hayan dejado tiempo atrás, dispersas en la tierra, semillas que son a veces ilusiones, o sueños imposibles.

···

Para decir las grandes cosas no faltan las palabras ni voces ampulosas dispuestas a enunciar, ¡pero hay que decir pétalo, decir todos los días, cada uno, y tomar dimensión de lo que cae por el suave empujón que da una brisa o la mudez del tiempo!

martes, 22 de febrero de 2011

Actualicé, es decir: ¡volví!


La vuelta
Paula jimenez



Solo la juventud puede saber lo que hay en el corazón de la juventud
Patty Smith

1


Aunque suene imposible de creer, aquella vez
no fue más que un impulso
y al comienzo siquiera
me daba cuenta de lo que estaba haciendo
ni mucho menos sabía a dónde iba.
Sin embargo, era claro, aquel periplo
tenía un objetivo y yo debía cumplir una misión.
No saber para qué
seguir y soportarlo, fue la única misión
que, con más o menos hidalguía,
pude cumplir a lo largo de estos años.
A veces, cuando me ponía a pensar,
dudaba de ese andar instintivo
que seguía como un perro
oliendo una pulsión que da el camino
y que podía llevarme a cualquier lado.
No soy ese animal
y no es un viaje este, habrá una casa
en donde dormiré, decía, como si eso,
una casa
fuera capaz de limitar aquel deseo mío
o como si viajar
no fuera bueno y detenerse sí,
para ser encontrado en un único lugar
por amigos o enemigos.
Ideas de la vida que se tienen:
el que camina debería parar, piensa
y el sedentario mira pasar por su ventana
a ese que hubiera sido él,
a gran velocidad.


2

Cuando se pierden los viejos amigos
una se desorienta. Quizás eso es viajar.
Hubo momentos en que esa soledad
me daba mucha angustia. Yo que había sido
ese reflejo de mi propio mundo
andaba sola en uno ajeno como un gato
que por haber vivido en cautiverio olvida
la existencia de otros como él.
Un día escapa y ve
un parque lleno, escucha los maullidos, el ruido de las uñas
rascando la madera de los árboles, las peleas y el sueño
en el que caen sus hermanos, uno encima del otro
acurrucados sobre la tierra negra.


4

Viajar, viajar
es algo que se hace pocas veces.
En mi caso fue una y empezó una mañana.
Tomé un barco. Detrás mío, en la costa, las casitas
cambiaban de tamaño y confié
en la distancia que da otra perspectiva de las cosas.
Lo extraordinario fue no haber reconocido
el estado de excepción en el que andaba
día trás día de modo permanente. Eso nunca se entiende
hasta el final. Durante aquel periplo me internaba
en el medio de un mar tan azul
como el color de unos ojos que adoré
y que no me miraban hacía tiempo.
Desde entonces, pienso seguido que el turismo miente
y que algunos se van para buscar
lo que no tienen, mientras que otros
se van para olvidar.



5

Decía San Francisco que haber ido a la Tierra Sagrada le enseñó
que no hay tierras sagradas. Conocí una antropóloga
capaz de asegurar que todos los lugares son el mismo.
Pero cuando gente como yo
pisamos otro suelo y escuchamos en un idioma dulce
las palabras de amor que yo escuché, creemos haber ido
de una vez a la luna, miramos el pastito que crece en las veredas
o el dibujo que hacen las baldosas
como una maravilla del Museo del Prado.


6

Al volver de mi viaje me dijeron que mi vecino había
matado a su mujer y el hijo de mi amiga había matado
sin querer a su hermana. Otras grandes desgracias sucedieron
mientras estuve ausente. No es por justificarme
pero entonces pensé
que me marché para tomar distancia
del dolor que traerían esos hechos futuros. Soy cobarde, ya sé,
demasiado cobarde para quedarme a ver el deterioro
de las cosas que quiero.
Preferí ser pirata y mirar con un ojo
el catalejo, el continente siempre y en el puerto
los jóvenes pescantes con el amanecer, la promesa en sus brazos
fortachones y la única carga que expían cada día,
la de una bolsa blanca en sus espaldas,
que guarda el alimento.



7

Cuando me quise dar cuenta estaba lejos y no tenía
deseos de volver. Y para serles franca les confieso
que les mandaba cartas por una obligación
a la que obedecía ciegamente
como lavarme la cara o ir cada día a mi trabajo.
Nunca podré explicar la ambigüedad
de cierto tipo de piratas que aman a la familia
pero aman más el mar
porque el mar les provee desmemoria y les vacía,
por un rato, el corazón.