viernes, 31 de julio de 2009

Motos y reinas


Motos y reinas
Consuelo Fraga
Ediciones en danza
2009


Se parecen en esa imparidad que las distingue, que fuerza nuestra mirada de pobres mortales hacia su agraciado y solitario deslizar sobre una ruta o una pasarela. Por otra parte: ¿se puede estar más sola en este mundo que teniendo dos ruedas y un único asiento o una corona ridícula en la cabeza? Motos y reinas encarnan el lugar de lo distinto, de lo que pasa afuera. Consuelo Fraga, motociclista de pura cepa y autora de este libro, abreva estos símbolos pop para crear una suerte de road poetry, con título nobiliario y todo.
La moto con su fuerza, agresividad y demás atributos yang se sitúa para el imaginario colectivo del lado masculino y la reina del otro, claro está, no sólo por ser reina y no rey, sino porque en sí misma, aun si fuese hombre, enviste un desgraciado prototipo femenino. En el poema “¿Sabe inflar una bicicleta?”, Fraga remata como una reina con estos versos: “En algún momento supe/ después siempre me la inflaron”. Ironiza así sobre esta mujer que sabe, pero niega y olvida. La estrategia es la de siempre: volverse inútil, inmolarse por el orgullo de los padres o la mirada opresora del poder: “Tema y tiemble me dijo/ desde tan cerca que pude oler/ su almuerzo entero/ (...) Temo y tiemblo: / esa es la gente que decide”. La moto, en cambio, no sólo se juega en la calle y en la ruta como buena machaza, sino que además se muestra encantadora para los hombres (a veces más que la pétrea ganadora de un concurso de belleza, quién suele suscitar contemplación estética y nunca pasión descontrolada). Fraga poetiza una anécdota en la que el conductor de un auto primero piropeó a su máquina Goldwing y después le pidió casamiento a ella. El género que ambos tópicos –motos y reinas– representan, como el celeste y el rosa arbitrariamente repartidos entre nene y nena, se resignifica en estos poemas. Y hasta el modo de ser dichos podría juzgarse más cercano a una lírica de la calle o del pueblo que a otros, falsamente adjudicados a cierta feminización de la escritura. Con versos como: “En el costado del asiento un tajo/ como una herida que no se arregla con costura”, la autora se proyecta en un elemento tradicionalmente concedido al universo masculino, para el cual moto y mujer no han creado una relación recíproca sino intermediada: las chicas somos mayormente acompañantes y vamos atrás, abrazadas a un señor de campera de cuero. Fraga, que arranca sentada ahí, pasa al volante y toma la delantera. Es que, especialista en mostrarnos el otro lado de la cuestión y hacer luz de la sombra, esta poeta goza traspasando umbrales. En ¡Nos salvamos con la nena! dice: “¡Las mangas largas.../ para taparse la picada de las venas”.
Ruta y pasarela, como metáforas de la vida, ubican al sujeto en una doble vertiente: la del andar lineal, genuino y dirigido, y la del desfile, de gesto impostado, como en una actuación ante los otros. Quizás sean dos aspectos de lo mismo y la complejidad de este avance que parece inexorable se sostenga por el férreo y puro deseo de seguir, porque, como dice Fraga en Estas preciosas señoritas: “Me haría retroceder/ únicamente una desgracia// por ejemplo en el piso/ una cáscara de banana”.

miércoles, 22 de julio de 2009

Oro nestas piedras



El miércoles 29 de julio a las 19 hs, se proyectará Oro nestas piedras, documental sobre el poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero.
Dirigido por Cristián Costantini, Leandro Listorti, Claudia Prado.
Sala Raúl González Tuñon del Centro Cultural de la Cooperación (CCC). Av. Corrientes 1543. Entrada libre y gratuita


Y hora no te alcanza la palabra

para decir las uvas están verdes

sinoque quisieras morirte.

Y si gritaras eso hacia la Cordillera

los guanacos dispararían asustados;

y acaso algún amigo desos viejos allá,

levantaría las cejas incrédulo:

¿cómosos el mismo firme que ayer

buscaba oro nestas piedras?

–diría-, no

puede ser él tiene que ser

quejas del viento.



Jorge Leonidas Escudero



Oro nestas piedras es un documental sobre el poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero. Su voz -hablando y leyendo- es el hilo que reúne la experiencia como buscador de oro en las montañas sanjuaninas, el entusiasmo por los juegos de azar, la poesía, la naturaleza.
El jugador pierde, sin embargo insiste. Quedan los poemas, la amistad y el humor, la celebración de la palabra hablada.

Cámara: Leandro Listorti, Leticia El Halli Obeid
Música: Santiago Arias, Andrés Hayes, Tomás Lebrero, Jano Seitún
Sonido: Luciano Fusetti
Diseño: Julieta Rocco

viernes, 17 de julio de 2009

Amaicha del valle



Por las rutas arenosas los vi proliferar. Anchos, altos, ínfimos o desmesurados, los cactus iban configurando un pasiaje que me producía tranquilidad y desasosiego al mismo tiempo, como si esa sed que me volvía pesimista, me homologara a su entorno quieto y árido en el cual ya me quedaba poco por perder. Entonces los cactus me hablaban. Me resultaban elocuentes sus espinas, activas defensoras de una humedad interna, del reservorio necesario para una vida en sociedad. La intensa luz que daba de plano sobre los caminos, los escasos árboles aparecidos cerca de una casa, las piedras que no sabían perdonar mis pisadas sin cálculo, el descenso, eran el mundo donde la tuna pendía de la planta y castigaba con cientos de minúsculos pinchazos, al querer arrancarla, mi mano ingenua.

sábado, 11 de julio de 2009

Cabecita loca


Viernes, 10 de Julio de 2009
SUPLEMENTO SOY

GABRIELA CABEZON CAMARA

En su primera novela, La Virgen Cabeza, Gabriela Cabezón Cámara relata la historia de amor entre Qüity, una cronista de policiales, y Cleopatra, una travesti que se comunica con la Virgen. Aquí relata cómo planeó la escritura de este viaje desorbitado por fuera de lo normal y lo esperable.

Por Paula Jiménez

En tu novela presentás una familia muy funcional, llena de amor... y también bastante atípica...

—Bueno, muchas familias como la de mi novela, formadas por mujeres biológicas y travestis, no hay. En este caso la familia no se constituye por un mandato sino por puro amor. Una chica heterosexual del conurbano que como única meta atina a casarse no está bueno, pero que a estos personajes, a quienes ni siquiera se les ocurrió que les pudiera suceder, de golpe les pase, lo deseen... eso es lindo, ¿no? El hijito, Kevin, con quien arman esta familia, no tiene lazo de sangre con sus madres. El gancho afectivo no tiene por qué estar determinado por la sangre, ni por el matrimonio heterosexual, como lo demuestran todas las personas del colectivo Glttbi que han adoptado hijos.

¿Qué implica contar una historia de amor entre una travesti y una lesbiana?

—Implica una declaración sobre la elección: no hay ningún mandato de cómo deben ser las sexualidades. Así como las mujeres no estamos obligadas a coger con hombres, las travestis tampoco. Me parece que todos podemos hacer lo que se nos dé la gana y que el abanico de posibilidades es muy amplio, incluso más de lo que tradicionalmente se reclama en el movimiento Glttbi, porque no hay ningún reclamo de parte de una pareja formada entre travestis y travestis lesbianas (que si bien sabemos de pocos casos, seguramente debe haber muchos más). Implica, entonces, desarmar una vez más la heteronormatividad.

Hay una escena muy impresionante: irrumpe en la autopista una chica a la que han prendido fuego y Qüity, la protagonista, decide una espontánea “eutanasia”. Toda la novela parece construida alrededor de cómo dar alivio al sufrimiento de los otros. ¿Eso te preocupa mucho?

—Es que el sufrimiento de los otros también es propio, si no, estás muy alienada. El caso particular de las mujeres esclavizadas en función de la prostitución me preocupa. Y que el Estado y la mayor parte de los organismos de derechos humanos no hagan nada es tremendo. En la novela, el personaje se va a vivir a una villa, donde hay lazos comunitarios y eso es necesario para la vida.

¿Hay una visión idealizada de la villa?

—La protagonista se ve completamente seducida por esos lazos y esa alegría de vivir sin miedo y confiando en el otro más inmediato. Más o menos tranquila, dentro de ciertos parámetros, claro. Pero es un personaje que no pierde conciencia de que si esa masa de excluidos se sustrae a su lugar en el funcionamiento de la economía del conurbano bonaerense, algo les va a pasar. Porque si los pibes chorros no roban, ocurren dos cosas: una es que las agencias de seguridad tienen menos trabajo y otra es que cuando la policía libera zonas lo hace para que roben estos chicos y me permito inferir, entonces, que alguna ganancia obtiene y la perdería. Los dealers también se ven perjudicados si los chicos dejan de consumir drogas. Y todos hacen menos caja si los excluidos se corren del lugar que ocupan en ese engranaje. La protagonista no pierde de vista que algo puede pasar. Ningún personaje lo ignora, salvo Cleopatra, la travesti, que tiene fe religiosa y cree que Dios la va a ayudar. Porque ella no tiene en cuenta que un dios que deja que torturen a su propio hijo no es un personaje para confiar mucho.

¿Qué lugar ocupa la Virgen en esta especie de religión casera que vas construyendo?

—La Virgen es un personaje muy lateral en la historia evangélica y en la historia bíblica. La Iglesia le empezó a rendir culto oficialmente unos siglos después de constituirse como tal. No forma parte de la Santísima Trinidad, no es Dios, sino un objeto suyo: su incubadora. No tiene voz, no dice nada en todos los evangelios, excepto alguna huevada, como el momento en que le pide a Cristo que les dé bola a ella y a sus otros hijos y él le responde que todos son sus hermanos en Dios, y prácticamente la ignora. Es una mujer sin voz en la historia de los Evangelios, y me parece que una mujer sin voz es una oprimida, y sin duda tiene que estar del lado de los oprimidos. Claro que la Virgen legitimada por la Iglesia es otra, es esposa y madre, es lo que para ellos debiera ser una mujer y por supuesto salta para defender a sus maridos: Dios, el Papa, el Espíritu Santo.

Paradójicamente, parecería que hay correspondencia entre la liturgia y el travestismo...

—¡La escena religiosa es tan barroca! ¿Viste los obispos cómo se visten? Como un arbolito de Navidad. Son locas con tradición y prosapia. Y yo no vi ninguna loca que saliera a la calle vestida como un obispo, con esos sombreritos bordados y esos chales dorados y violetas. El ejército también es así. No digo que las travestis tengan que ver con la Iglesia o los milicos, para nada, sino que lo que en una travesti está mal visto en un coronel, disfrazadísimo con sus medallitas y sus botitas lustradas y caminando de una manera tan pautada como una modela en una pasarela, es aceptado. Todo depende de quién lo haga. Los Cristos esos de las iglesias mexicanas, por ejemplo, que tienen pelucas y usan unos taparrabos bordadísimos de colores, son travestis. Los mexicanos tienen una afición al travestismo. Esa escultura que llaman El ángel es doradísima y tiene un par de tetas bastante grandes para ser un ángel: es una Niké (una Victoria griega).

La mezcla de culturas en tu novela, ¿puede pensarse también como una apuesta queer?

—Sí. La diferencia entre la alta y la baja cultura está disuelta. Esto puede considerarse como una apuesta de lo que una quisiera que sucediera con las identidades en la sociedad. Que se mezcle la travesti con el presidente de la nación, no en una relación prostibularia sino en una igualitaria, en un ámbito público, por ejemplo. Que cada uno se mezcle con lo que le dé las ganas de mezclarse.

¿Ves muy lejos ese momento?

—Sí y no, porque de hecho cada uno se mezcla con lo que se le da la gana de mezclarse, pero sigue habiendo un sistema de jerarquía muy marcado. Si bien hubo ciertas conquistas, como el caso de Loana trabajando en dependencias oficiales o logrando que se le reconozcan los nombres a las travestis, yo nunca vi a Cristina Kirchner, ni a su marido, en una reunión con una de ellas y mucho menos vería a todo el arco opositor en ese contexto. Imaginátela a Gabriela Michetti, que es tan católica. Es impensable. Para esa gente sí existen jerarquías, que de hecho las hay, claro, pero para ellos eso es algo que está bien. Ellos piensan que es así el mundo, que están arriba y que nosotros estamos todos abajo en diferentes escalones.

¿En qué lo ves, por ejemplo?

—No veo que se incluya a las travestis en los discursos oficiales como sujetos sociales con derechos que les deben ser garantizados. Estamos hablando que sí o no al matrimonio homosexual, eso también da cuenta de que nosotros tampoco estamos reconocidos como sujetos sociales. En un momento de elecciones me resulta muy curioso, y abominable, que no se hable de los excluidos de este sistema, que no haya propuestas de cómo incluirlos. ¿Qué pasa, vamos a seguir así?

El mundo que se crea en la novela hace pensar en un sistema igualitario donde, a la par que se acentúan, se disuelven las identidades...

—Sí, a la hora de organizar la villa, los personajes de la novela eligen rasgos nacionales, profesionales o de identidad sexual para agruparse en comisiones. Se reconocen por esas pequeñas diferencias dentro de la pertenencia general. En el caso de Cleopatra, que es claramente una travesti que ejerció la prostitución, que es pobre, que fue muy castigada por su padre, cuando se erige en líder ya no le importa a nadie que sea o no travesti. No es su rasgo principal. ¿Qué tiene del travestismo? La gracia, el humor, algunos gustos por determinada clase de ropa, pero lo preponderante en ella es que es una líder villera. No necesita decir “soy travesti”. Y no sólo es travesti sino también madre de familia. No padece discriminación, así que no tiene por qué defender su identidad sexual.
¿Cómo ves la cuestión de la visibilidad lésbica?
—Para mí tiene dos vectores. Uno es qué espacios nos dan los medios y el otro, qué hacemos nosotras. En los medios, de golpe, se copan y te dan espacios, pero qué hacemos nosotras es una cuestión política más interesante. Yo siento como una responsabilidad hacer visible mi lesbianismo. Una responsabilidad hacia las más jóvenes y hacia las que pueden estar viviendo en contextos muy duros en los que ser lesbiana es algo dificilísimo y tremendo, o hacia las que ocupan puestos de trabajos de las que pueden ser echadas por ser lesbianas. Para toda esta gente es bueno que socialmente se vaya instalando el hecho de que fulana de tal que hace tal cosa es lesbiana y fulana también... Y me parece que es lo mínimo que podemos hacer, con el trabajo que nos ha costado a todas. Y yo insisto: es una responsabilidad hacerlo y está bueno.

jueves, 2 de julio de 2009

Lecciones de las cosas - Rosario Castellanos


Me enseñaron las cosas equivocadamente
los que enseñan las cosas:
los padres, el maestro, el sacerdote
pues me dijeron: tienes que ser buena.
Basta ser bueno. Al bueno se le da
un dulce, una medalla, todo el amor, el cielo.
Y ser bueno es muy fácil. Basta abatir los párpados
y no ver y no juzgar lo que hacen
los otros, porque no es de tu incumbencia.
Basta no abrir los labios para no protestar
cuando alguno te empuje porque, o no quiso herirte
o no pudo evitarlo
o Dios está probando el temple de tu alma.
De cualquier modo, pues, cuando te ocurra el mal
hay que aceptarlo, agradecerlo incluso
pero no devolverlo. Y no preguntes
por qué. Porque los buenos no son inquisitivos.
Y dar. Si tienes una capa córtala
en dos y entrega la mitad al otro
—aunque el otro no sea mas que un coleccionista
de mitades de capa. Eso es asunto suyo
y tu mano derecha debe ignorar... etcétera.
Y recibir con ambas mejillas, eso sí.
No siempre serán golpes.
A veces será el ramo de flores que suscita
fiebre de heno. A veces el marisco
que produce la alergia.
A veces el elogio
que, si no es falso, humilla la raíz
y que, si es falso, ofende. Tú perdona,
que es lo que hacen los buenos.
Obedecía. Se sabe: la obediencia
es la virtud mayor.Y pasaron los años
y yo era la piedra de tropiezo contra
la que chocaba el distraído o,
si mejor emplazada, punching bag
en el que ejercitaban su destreza los fuertes.
A veces me ponía a hacer "viva la flor"
con mis cartas del naipe y llovía la gracia
indiferentemente sobre mis amigos
y los que eran amigos de mis amigos, es decir
mis enemigos.
Y me senté a esperar la medalla o el dulce
y la sonrisa, el premio, por fin, en este mundo.
Y sólo vi desprecio por mi debilidad,
odio por ser el instrumento
de la maldad ajena.
¿Con qué derecho quería santificarme
utilizando vicios o carenciasde los demás?
¿Por qué yo me elegía
como única elegida
y era el mecanismo como el grano de arena
que paraliza toda función? Y, paralíticos,
los activos, pensaban.
Y yo era la causa eficiente de aquellos pensamientos
y no había para mí sino condenación.
Hasta que comprendí. Y me hice un tornillo
bien aceitado con el cual la máquina
trabaja ya satisfactoriamente.
Un tornillo. No tengo
ningún nombre específico ni ningún atributo
según el cual poder calificarme
como mejor o peor o más o menos útil
que los otros tornillos.
Si tuviera que hacer mi apología
ante alguien (que no hay nadie, que nunca hubo
ningún testigo de lo que acontece)
diría que estuve en mi lugar y que
giré en la dirección correcta y a la velocidad
requerida y con la frecuencia necesaria.
Y que no procuré ni que me remplazaran
antes de tiempo, que me permitieran
seguir cuando me había sido declarada inservible.
Y, antes de terminar, quiero que quede
bien claro que no hice nada de lo que hice
por humildad. ¿Acaso los tornillos son humildes?
¡Ridículo! Y que, menos aún,
mi conducta se entiende merced a la esperanza.
No, ya hace mucho tiempo que el cielo es un factor
que no entra en mis cálculos.
Conformidad, tal vez. Lo que de ningún modo
en un tornillo, como yo, es un mérito
sino, a lo sumo, es una condición.