domingo, 18 de marzo de 2007

Carne




El cactus vulnerable, su corazón
espeso, vencido por el viento: la más firme
fuerza es transparencia,
erosión que va cercando al tronco duro
y hace arder lo que no existe.
Así se allega
la coraza de brisa, más partida que el agua, un poco
más, y su insistencia, empuje que nos hace
el blanco de un complot sin excepciones,
de un relato contado de millones de formas
en la voz y en la piedra.
Nubes después
de tanto traqueteo vacilante, de caer
sobre el ripio y levantarse,
pero en el cuerpo
hay una sola herida que se agranda,
un clavo que al hundirse nos libera. No se aspira
al espíritu divino, dice el pájaro,
sino a su carne sosegada.
Copos de nieve



Las babas del diablo caían en jirones
sobre el pelo o las manos, movíamos los dedos
por deshacer sus hebras pegajosas.
Lo curioso era el nombre, en las alturas
un diablo abría su boca milenaria formando nubes
o copos deliciosos como los que se venden
en plaza San Martín. Su dilución idéntica
al pelo de un anciano
andaba dando vueltas por el aire
hasta tocar la tierra finalmente, perderse entre el montón
de cosas olvidadas, pelusas, plumerillos, pétalos marchitados
por la lluvia y el frío ¿Dónde iban a parar?
¿y a dónde iba el calor de nuestras manos
de señoras cuando éramos chiquitas,
exiguas, incapaces
de transformar el mundo con mínimos intentos?
Nadie sabrá decirnos dónde va lo que crece, el vigor, su belleza,
lo que se vuelve endiablado cuando cae.
Germinación







Entre el vaso y el secante una raíz tan débil como un hilo
asciende en la humedad, mira el día oscuro del aula, la tarde
opaca del invierno crudo que trajo nieve esta vez. Pero el misterio
sube incesante, se eleva hacia el borde del vaso cada día
igual que en primavera. Después, por mucho tiempo,
me olvido de las plantas
y si ocasionalmente mi hermana o un amigo
me regalan una, la pongo en el balcón.
No la riego, percibo su dolor al marchitarse y no puedo
salvar hojas ni flores; se dobla el tallo erguido,
la mínima atención alcanza para oír sus lamentos.
La dejo morir durante años por no verla morir.

Sosiego




Sin poder entender que eso inundara
mi vida cotidiana con la misma contundencia con que antes
paseabas de mi mano o comías de mi plato. Como no puede comprenderse
toda disipación de lo que es, pero nos vamos
resignando. Hay un resto que nos queda por perder,
más caudaloso cada vez, cada vez más rebelde y enojado.
Y ahora lo sé: todas las cosas que no tienen fin
se limitan en las que sí lo tienen. Es infinito lo que va a morir
sin descubrirse, el llanto con que sueño, como una catarata
que por saberse duradera encuentre
sosiego en el descenso.