una serie

Tucumán












Estoy segura: no recordaré
más que el árido y espinoso cactus
que precede al vacío.
El vacío inmenso
y en su profundidad, un bosque
que parece de otro mundo.

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La tierra se mete en la garganta.
Reseco el órgano
de mi lengua calla y le hecho
la culpa al viento.

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Adelante, como una gran burbuja,
la inmensidad. Guardo esa ausencia
de detalles
como un sueño.

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El río envuelve como una cinta seca
el llano que sostiene la montaña.

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Hay una cima que no ofrendó su llanto
por dos años
hecha del hueso
duro y rojo de la tierra.

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Suena la baguala y se ahueca
una vocal entre los serros.

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Con la forma de un círculo
o un hueco,
la baguala es el lino
que cubre este celaje.

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A una suma infinita de detalles
la llaman el vacío.

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Estoy seca.
Es una sequedad extraña
de antigua hidratación que me sostiene
tan viva como la flor del cactus.

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La mejor flor que vi
duró dos días.
La corta y bella vida
que dio el cactus,
sin tiempo casi
de saber si era verdad.

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Vuelva el polvo sobre mí
sobre el viento que va
y vuelve años después
cuando la noche cae
y la luna quita la sed.

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Vuelva el polvo sobre mí,
como si al ir va regresando
o al bajar sube
la montaña colorada
una niña con vergüenza.

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Ladran los chocos con garganta seca,
el pelo duro, los ojos espejados por el sol.
Y después caen a la tierra, un desparramo
de piel y patas tras el resplandor.

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Un mirar de lobo tiene el perro
de sangre por sus finos
caminos oculares. No es de rabia,
es de hambre, que es peor.

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Seco. Todo seco
bajo la luz blanca que nos vuelve
indistinguibles. El mundo es parejo
en la aridez.

**

No hay una gota de agua en este río
y el puente ancho es su memoria material.

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Me pincho con la espina de la tuna.
Robé la fruta equivocada.

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Tengo sed. La tuna se oculta tras la espina,
escatima la humedad del río, la dulzura del amor.

**

Suenan las aspas del ventilador
porque es de noche en Tucumán.
Afuera, en el camino
el aire es nuevo, como la luna.