La mujer pájaro
I
Con formas de animales en las manos, como en teatro
de sombras las dos palmas
se elevan agitando plumas, dedos que imitan vuelo
en lo oscuro del cuarto. Luego, su voz
se cambia en el lamento
I
Con formas de animales en las manos, como en teatro
de sombras las dos palmas
se elevan agitando plumas, dedos que imitan vuelo
en lo oscuro del cuarto. Luego, su voz
se cambia en el lamento
de un águila que entrega mi pesar.
Ilusión de vacío en el ombligo, un cordón
que nos desata al fin. Sentías tanto
horror, dijo mi pájaro, que preferiste ir,
dejar tu marca en la pared. Entonces como el agua
su voz cayó en mi pelo, me resbaló en los hombros
y vi todo otra vez,
liberada de ser la que no sabe, la que retiene solamente el enunciado
y no el recuerdo. Sos este olor, la sombra de las palmas,
el pasto que renace después de la pisada.
Vas a morirte y no te queda
nada pendiente,
sos la que vive en el olvido, por fortuna,
la que le canta a su éxodo presente.
II
Inquietamente asirse
al borde de la cama para que tanto llanto,
la expiación
no se convierta en ala que se lleve
lo que ha sido sanado. Y en ese movimiento
ondulante del alma que lamenta
vaciarse en luz, nadando e irradiando
partículas tan chicas que podrían
bañar el universo. Si ilumina tu casa, dice el pájaro,
cuanto más por su impulso tu destello, llega al borde
y alumbra el infinito.
III
Mañana, ya se sabe, de los cuerpos no quedan
sino estelas, incontables jirones a penas distinguibles
en el aire. Si miraras con fuerza lo verías:
lo que la carne imprime es su impaciencia,
el eléctrico apuro de sus células
por encontrar descanso. Y un sonido vibrante
que no cesa, y que no tiene origen.
La humanidad entera, hasta los animales,
las plantas y las piedras se montan a su música,
al brioso corcel que cruza el tamo
con galope de oro
y no regresa.
que nos desata al fin. Sentías tanto
horror, dijo mi pájaro, que preferiste ir,
dejar tu marca en la pared. Entonces como el agua
su voz cayó en mi pelo, me resbaló en los hombros
y vi todo otra vez,
liberada de ser la que no sabe, la que retiene solamente el enunciado
y no el recuerdo. Sos este olor, la sombra de las palmas,
el pasto que renace después de la pisada.
Vas a morirte y no te queda
nada pendiente,
sos la que vive en el olvido, por fortuna,
la que le canta a su éxodo presente.
II
Inquietamente asirse
al borde de la cama para que tanto llanto,
la expiación
no se convierta en ala que se lleve
lo que ha sido sanado. Y en ese movimiento
ondulante del alma que lamenta
vaciarse en luz, nadando e irradiando
partículas tan chicas que podrían
bañar el universo. Si ilumina tu casa, dice el pájaro,
cuanto más por su impulso tu destello, llega al borde
y alumbra el infinito.
III
Mañana, ya se sabe, de los cuerpos no quedan
sino estelas, incontables jirones a penas distinguibles
en el aire. Si miraras con fuerza lo verías:
lo que la carne imprime es su impaciencia,
el eléctrico apuro de sus células
por encontrar descanso. Y un sonido vibrante
que no cesa, y que no tiene origen.
La humanidad entera, hasta los animales,
las plantas y las piedras se montan a su música,
al brioso corcel que cruza el tamo
con galope de oro
y no regresa.
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