martes, 23 de marzo de 2010

Y ahora: uno de viajes. Para variar


Hotel de Laguna Hedionda



Sí, tengo en mis manos este libro y leo
arrimada en el fuego – como el protagonista
que alza su copa y bebe de su vino
al borde de un hogar. Es el único fuego
y se acabará pronto
dejándonos sin luz y sin calor.
Mientras tanto
encuentro la oración: “Era llevado
hacia mi destino y no importaba
si a costa del peligro o incluso
si eso me destruiría”.
El frío toca el hueso y lo hace de verdad,
pero no anhelo amparo ni tengo miedo ahora.
No puede pasar nada.
No sé sentir terror
por esas cosas que ya se han desplomado.
El fuego
se extingue al lado mío
y la sala se amplía y se congela.
Las letras, en la hoja de mi libro
se van amalgamando unas con otras,
volviéndose grisáceas, movedizas.
Por la ventana veo a los flamencos
inquietarse y los oigo
chillar en su concierto y su cortejo.
Yo perdí mi refugio tiempo atrás,
cuando empezaba el viento
a girar en la arena
conduciendo este frío.
Ahora
estoy completamente al lado tuyo
como hace un rato estaba
junto al fuego.
Pero vos querés irte
aunque no puedas, extinguirte también.
Es esto lo que hay y sin embargo
volvería a comer junto a tu plato
a chocar en el aire congelado
con tu copa de vino
a escuchar una cueca mal cantada
por un coro de mozos. No me importa,
lo elijo
elijo lo que venga
con esta decisión que desconozco
y que sin duda es mía. Elijo porque sé
- porque la gente intuye los caminos
de su felicidad - que llegada la noche
escucharé el desierto
con su silencio ecuánime
cortarse en mis oídos y agitarse
por tu respiración.

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