sábado, 3 de enero de 2009
Miramar
I
El mar, en su regreso,
avanza hacia nosotras y retrae su impulso,
una palma que abre sus dedos y los cierra
en un gesto confuso o, más bien, simultáneo,
de impredecible convivencia. Así también la vida
se desliza en la costa y como un pájaro
deja caer del aire, en plena inercia,
aquello que creíamos perdido.
II
Los árboles, antiguos, casi secos
balancean sus copas hacia adentro, es el centro
de un bosque oscuro y sin pájaros,
ellos no son
de afuera nada más,
su canto atardecido es mi pasado.
III
El viento los empuja y reverentes
se inclinan sobre el centro
vacío; poco firmes, pero nos recostamos a sus pies
trayendo a la memoria los versos que decían
que si el amor se va
nos dejará por él la sombra de los árboles.
IV
Un mar planchado y plata
sobre el que se recuestan las gaviotas
imitando a los patos, parece un lago apenas
movedizo, esperando
la lenta opacidad del sol en el extremo este.
Caerá a nuestras espaldas, y otro día
se apagará sin que podamos verlo.
V
Un camino sin fin y un mar
igual de ancho, las copas de los árboles
demasiado lejanas y la esmeralda verde
repetida también
en lo pequeño.
Todo ha sido pensado, ¿porqué no descansar,
relajar nuestros cuerpos y entregarnos
a tan perfectos planes?
VI
Ruiditos de maderas que se quiebran y caen
en crujiente concierto
oídos somos
y poco más que eso ante esta escena
donde nada se ve, salvo las ramas
trenzadas como dedos
inmensos, pensativos.
VII
Escribiré un diario de viaje
escribiré un diario de arena
un diario de pequeños granos que se vuelan
escribiré la pequeñez de lo que no se dice
en mi memoria, en mi piel, como lo hice
por treinta o más veranos, convertida
en otra cada enero, en otra, en otra.
VIII
¿Acaso estamos
en lo que imaginábamos? ¿Estamos
volviendo a aquella tarde
de quince años atrás frente a este mar?
Sí, la vida retorna
y se copia a sí misma
en el reflujo de su canto acuático,
y en el cese
repetido del cantar.
IX
El mundo que nos lleva, nos rodea
con su halo de brisa
su paciente manera de envolver desde siempre
cada minuto fuera de los árboles.
En sus formas diversas, el tiempo encuentra el modo
de hacerse ver: la playa
en su abanico de colores lo revela,
conocemos el brillo que da el sol
gracias al nácar de los mejillones
pegados en la roca. Somos este correr,
esta expansión y contracción del gris
que en la piel de la arena
da su sombra.
X
Golpea nuestros pies, helada, contraría
el calor de los cuerpos. Es una maza inmensa
que lleva lo que trae, que con su espejo engulle
lo que vuela.
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