martes, 15 de septiembre de 2009

otro adelanto de Espacios naturales (libro de muy, muy próxima publicación)




Hacia el viento


Aire irrepetible que llama al movimiento,
como pisar dos veces las arenas de un río.
Algo pende de la rama aquella, algo
idéntico al recuerdo
que barre la lluvia nuevamente.
En remolinos las hojas, la pinocha
las ramas que una acción desconocida ha vuelto trizas.
¿No existen responsables en el bosque?
quizá nosotras
por regresar a la frescura de los pinos, haber estado
en la humedad de la tierra,
volver, ¿quién sabe? Se oyen los pájaros,
se cuela como siempre entre los nidos
el mar sonoro.
Cerca, atravesando las casillas
la ruta gris nos arde en los pies, los pasos
que no haremos dos veces.

Con el atardecer, en bicicleta
por la ladera que rechaza la ascensión,
la gravedad repele nuestro esfuerzo
modesto de trepar
al llano oscuro. Veremos otra vez morir el día,
disolverse las horas, transformada
una cosa en su aparente opuesto.
Pero de este enfrentamiento nace el mundo
que multiplica y divide su camino.
Como los dos sentidos de la ruta,
así también nosotras
estamos avanzando hacia la noche,
extrañas que parecen
confiar más en la luna que en sí mismas.
Y cuando todo baja,
estrellas en las manos que resisten al sueño
buscando comprobar la realidad.

Andar a tientas,
pisando las raíces que se elevan
y se vuelven tramperas sobre el monte,
el ramerío seco
guardando en el arrullo de su empuje
el canto de las aves, el eco vibrante
de los grillos. En este bosque
la maldición separa a las personas
como un abrir de pétalos.
Un pimpollo abandona
su gesto ensimismado, el excesivo
cuidado de la luz y del oxígeno. El centro
estalla donde el bosque estalla
y es el amor humano
el resplandor
que los ojos refractan y convierten
en su punto de mayor oscuridad.

En la fuga del camino el sol nos ciega,
la tarde es plena, indeclinable
un recorrido
infinito nos atrapa, cierto oasis
de futuro continuo. Sucede así en la ruta,
porque al mirar hacia delante nada
parece tener fin,
si acaso fuese el mar que va y que viene
todo sería distinto.
La caída del sol sobre la playa
alarga las sombras de las cosas
que permanecen en el mismo sitio.
En cambio en el camino
nadie en el mundo,
ni vos ni yo, ni las casas están quietas
y en conjunto avanzamos
hacia el fondo variable.
Pero de pronto algo
cae compacto, parejo, sin errores,
no queda un resto fuera de este frío.

¿A dónde estás? Parece
que se pierde mi voz entre los árboles,
más gritan los pichones metidos en sus casas
o el mar que siempre vuelve. No,
el mar suena en la gente
como un clamor constante, en cambio
en esta voz que te pregunta
se escucha intermitencia, altisonancia,
la variación más débil. Las palabras ignoran
el curso inapelable, progresivo,
que si la lluvia cae, aún si gira
un huracán dentro del bosque,
su fuerza individual, devastadora
es condición también de una rutina
furtiva entre las rocas.
No es más que eso la vida.
¿A dónde estás? Pateo
las ramas desprolijas, el desparramo es obra
de los años y de la tenue brisa transformada.
La pelea de otros
decide el territorio y no aprendemos,
imposible parece rendirnos ante el bosque,
el viento, o lo que sea que nos lleva.

1 comentario:

Paula Aramburu dijo...

maravilloso, paula, un poema realmente perfecto, sos una gran escritora. no veo la hora de leer el libro.
felicitaciones!
un fuerte abrazo